miércoles, 29 de octubre de 2008
lunes, 6 de octubre de 2008
Prohibido dar besos
Desde aquí me he metido varias veces con los españoles ignorantes que vienen al bar donde trabajo, pero todavía no había hablado del miserable de mi jefe (alemán, todo sea dicho).
Pero hoy le dedico una entrada a él solito, porque se lo ha ganado a pulso.
Pasaré por alto lo pesetero que es y su inclinación a humillar a aquel que esté a su mando para centrarme en otro rasgo de su carácter: su propensión a poner nuevas reglas. Normalmente hace que nosotros, sus subordinados, firmemos hojas con la nueva reglamentación para que nadie se escaquee. Un día tenemos que firmar que no cantaremos más mientras trabajamos (con lo que mola cantar Alaska mientras friegas), otro día, que no haremos ruido mientras recogemos la terraza (bajo amenaza de despido inmediato), al siguiente, juramos solemnemente planchar las camisas blancas que llevamos.
Pues bien.
Ayer llego a trabajar, y mientras le sacábamos brillo a las copas de vino, me comenta un amigo (camarero, evidentemente): "¿Te has enterado de la nueva regla del jefe?" "No." "Que no nos podemos dar besos."
[Aquí imaginaos mi cara de desconcierto: "¿Perdón?"]
Mi amigo prosiguió con su explicación: "Que como ha llegado el otoño, pues no quiere que nos demos besos al saludarnos, por si nos pasamos la gripe y nos ponemos enfermos todos."
¿Quéeeeee?
¿Que no nos podemos saludar más con dos besos porque ha llegado el otoño?
Evidentemente, al poco todos decidimos montar una gran orgía en cuanto uno de nosotros cayera enfermo, para ver si así efectivamente nos poníamos todos malos -con cuarenta de fiebre, preferentemente- y que ninguno pudiese ir a trabajar. Menudas risas nos estuvimos echando toda la noche con la prohibición.
Y, evidentemente, al marcharnos, todos nos dimos dos besos bien dados (en la mejilla).
Pero hoy le dedico una entrada a él solito, porque se lo ha ganado a pulso.
Pasaré por alto lo pesetero que es y su inclinación a humillar a aquel que esté a su mando para centrarme en otro rasgo de su carácter: su propensión a poner nuevas reglas. Normalmente hace que nosotros, sus subordinados, firmemos hojas con la nueva reglamentación para que nadie se escaquee. Un día tenemos que firmar que no cantaremos más mientras trabajamos (con lo que mola cantar Alaska mientras friegas), otro día, que no haremos ruido mientras recogemos la terraza (bajo amenaza de despido inmediato), al siguiente, juramos solemnemente planchar las camisas blancas que llevamos.
Pues bien.
Ayer llego a trabajar, y mientras le sacábamos brillo a las copas de vino, me comenta un amigo (camarero, evidentemente): "¿Te has enterado de la nueva regla del jefe?" "No." "Que no nos podemos dar besos."
[Aquí imaginaos mi cara de desconcierto: "¿Perdón?"]
Mi amigo prosiguió con su explicación: "Que como ha llegado el otoño, pues no quiere que nos demos besos al saludarnos, por si nos pasamos la gripe y nos ponemos enfermos todos."
¿Quéeeeee?
¿Que no nos podemos saludar más con dos besos porque ha llegado el otoño?
Evidentemente, al poco todos decidimos montar una gran orgía en cuanto uno de nosotros cayera enfermo, para ver si así efectivamente nos poníamos todos malos -con cuarenta de fiebre, preferentemente- y que ninguno pudiese ir a trabajar. Menudas risas nos estuvimos echando toda la noche con la prohibición.
Y, evidentemente, al marcharnos, todos nos dimos dos besos bien dados (en la mejilla).
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