sábado, 31 de enero de 2009

Alemán para románticos

El miércoles pasado fui a un concierto que me encantó. En un pequeño teatrito lleno a reventar, siguiendo por el pasillo al fondo en un bar de copas de Friedrichshain, actuó Dota -alias die Kleingeldprinzessin, la princesa de la calderilla-. Ya había escuchado un disco suyo que me pasó Gaby, pero lo cierto es que en directo gana mucho. Es una cantautora que canta (valga la redundancia) con voz dulce unas letras llenas de ternura y humor.




Es algo difícil encontrar cosas suyas en Internet (aunque podéis escuchar un par de sus canciones en su página web), pero os pongo este vídeo de Youtube que, aunque no tenga imagen, reproduce una de las canciones más bonitas que tiene Die Kleingeldprinzessin.

Y luego que nadie me diga que el alemán es un idioma duro y autoritario.





Und dann in deinem Arm, alles gut, alles andere egal
Alles Du, alles Dur,
alles nur ein Kitzellachen, fühl' mich wohl
Momente wie Geschenke,
wie Getränke mit Grenadine und Alkohol.

Und dann in deinem Arm, alles gut, alles andere egal
Das Gerede der Welt scheint banal.
Hier kann ich sein, was ich bin
Frei mit dem Herz in der Hand
und drei Worten im Sinn,
Und drei Worten im Sinn,
und drei Worten in Sinn.

[Y luego, en tus brazos, todo bien, todo lo demás no importa,
todo tú, todo en grande,
todo es sólo cosquillas, me siento bien.
Son momentos como regalos,
como bebidas con granadina y alcohol.
Y luego, en tus brazos, todo bien, todo lo demás no importa,
la palabrería del mundo parece banal.
Aquí puedo ser lo que soy,
libre, con el corazón en la mano,
y tres palabras cobran sentido,
tres palabras
cobran sentido,
tres palabras
cobran sentido.*]

*aquí aclaro, para los que no lo hayan pillado, que con tres palabras se refiere a Ich liebe dich, es decir, "te quiero".

Ala, a cantar.

martes, 20 de enero de 2009

Magia

Magia es poder ver a Janis Joplin cantando en directo Summertime 39 años después de su muerte.

Y a quien no se le pongan los pelos de punta, es que tiene horchata en las venas. He dicho.


domingo, 18 de enero de 2009

Esas películas que todo el mundo debería ver

Últimamente he visto dos películas que todo el mundo debería ver. Sin exagerar. Corred a verlas, a descargarlas, a alquilarlas. Pero vedlas acompañados, pues las dos son de esas películas que necesitas urgentemente comentar a la salida.

La primera es alemana y se llama Die Welle (La ola):


Un profesor de instituto decide llevar a cabo un experimento para enseñar a sus alumnos, hartos de oír lecciones morales sobre el nazismo, cómo es posible que algo así pasara, y además demostrarles que una dictadura sigue siendo posible de nuestros días.
Es una película de la que sales preguntándote "¿Qué habría hecho yo en esa situación?" y lo peor es que ni siquiera puedes responder con claridad.
Es una historia sobre los mecanismos de poder, de exclusión, la seguridad que proporciona pertenecer a un grupo, los movimientos de masas, el vacío existencial de las personas, el ego... En definitiva, temas que nos tocan de cerca.
Por cierto, por si alguno de vosotros ha oído hablar de ello, está basada en un experimento real llamado The Third Wave.








La segunda película es israelí y se llama Vals con Bashir.


Un director de cine decide investigar por qué no logra acordarse de ninguna manera de su participación como soldado en la guerra contra el Líbano en 1982, cuando era un joven de 18 años.
La película trata de la memoria, de los traumas, de cómo nuestra mente bloquea recuerdos dolorosos, pero también da una visión crítica de la terrible matanza de Sabra y Shatila (y, por extensión, de la política exterior israelí), algo que a la luz de los acontecimientos presentes parece más necesario que nunca.
Vals con Bashir es, además, una película de animación. Y este hecho le da aún más credibilidad, por extraño que parezca. Se subraya así que la frontera entre la realidad y la imaginación, entre los hechos y los recuerdos, entre el pasado y nuestra visión del pasado es algo muy difuso. Que jamás podemos estar seguros de haber vivido algo que creemos firmemente haber vivido.






En resumen, La Ola y Vals con Bashir son dos buenas películas, dos muy buenas películas que además nos enseñan mucho sobre nuestro mundo y, en definitiva, sobre nosotros mismos.


De verdad: imprescindibles.

viernes, 16 de enero de 2009

¿Qué tienen en común Dior y el lejano Oeste?

Pues eso, ¿qué tienen en común Dior y el lejano Oeste?

La respuesta es Richard Avedon.


Ayer fui a ver una enorme exposición retrospectiva de Avedon que está en el museo Martin-Gropius-Bau (donde también vi la exposición de Rodtschenko que ya os conté) y salí encantada.

Aunque ya conocía bastante bien su obra, cambia muchísimo de verla reproducida en libros a ver las fotos al natural y en tamaño mucho más grande, incluso a veces más grande que el natural.


Tomemos por ejemplo esta (archiconocida) foto de la modelo Dovima -con un vestido de Dior- posando frente a los elefantes del Cirque d'Hiver, en 1955.


Personalmente, siempre me había encantado la foto, que va más allá de la simple fotografía de moda. La composición es preciosa y dan ganas de comprarse el vestido y ponerse a posar en plan diva. (Bueno, está bien, quizá a los chicos no les den ganas de hacer eso, pero ya me entendéis). Y viéndola de verdad, de cerca, se aprecia mucho mejor la iluminación, el contraste entre la piel blanquísima de la modelo y la piel gris y arrugada de los elefantes... Es genial.

Pero además me sorprendió que las demás fotografías de moda de Avedon (que son las que le hicieron famoso), que yo apenas conocía, fuesen igual de geniales. Son muy simples de composición, pero tienen un movimiento y una luz...

Aquí tenéis una pequeña selección:











A partir de su gran éxito como fotógrafo de moda, Avedon empezó a retratar a las grandes figuras de la cultura de su tiempo. Digo "de su tiempo" y me refiero a los años que van desde 1955 aproximadamente hasta el 2004, año en el que murió. Grandes personalidades de la música, el arte, la literatura, la política, etc., posaron entre la lente de la cámara de Avedon y una sábana blanca colgada en la pared de su estudio.

He logrado encontrar en Internet algunas de las fotos que, por diferentes motivos, más me han gustado.

Ésta es una fotografía del bailarín ruso Nureyev. Bonita, ¿verdad?



Aquí tenéis a Marguerite Duras. Si sois de los que, como yo, jamás había visto una foto de la escritora, quizá os quedéis igual de sorprendidos por lo chiquitina que parece y, sobre todo, por lo divertido de la expresión.



Katharine Hepburn era una de las grandes musas de Avedon. Este retrato también me encantó, porque aunque no es que la actriz salga favorecida, deja entrever una fuerza increíble.



Aquí tenéis a Charles Chaplin. Lo mejor de esta foto no es sólo el ver a Chaplin poniéndose cuernos de diablo, sino leer por qué lo hizo. Resulta que Avedon había ido mucho tiempo detrás de Chaplin para retratarle, pero no había manera. Pero un día de septiembre de 1952, de repente, el actor llamó a Avedon para que le hiciese las fotos. Cuando ya habían acabado la sesión, Chaplin bajó la cabeza, saliendo del cuadro del fotógrafo, y cuando la volvió a subir, se había puesto los dedos a los lados como si fuera un demonio, sonriendo. Avedon logró sacar una foto, aunque algo movida. Pensó que se trataba de una simple broma del actor, pero al día siguiente lo entendió mejor: en la portada de todos los periódicos de Estados Unidos salía la noticia de que Charles Chaplin había abandonado el país, harto de la caza de brujas del senador McCarthy. Y en su último retrato en suelo estadounidense salía burlándose de aquello que dejaba atrás.




Bob Dylan, sus pantalones pitillo y sus principios eléctricos, 1965:




De la siguiente foto lo primero que me llamó fue la expresión del rostro de la mujer y el encuadre. Cuando me acerqué para ver de quién se trataba, me enteré de era la contralto Marian Anderson, de la que jamás había oído hablar, la verdad, pero resulta que fue una cantante de gran éxito desde los años 30 hasta los 60, además de ser un icono de la lucha contra el segregacionismo en Estados Unidos, pues en muchos sitios le impidieron cantar por ser negra. La foto fue tomada en el Metropolitan Opera House de Washington, en 1955, un hito tanto en su carrera como en la historia de Estados Unidos, pues era la primera vez que se permitía que una cantante negra subiese al escenario.




Y last but not least, la gran Janis Joplin.
Murió al año siguiente de que Avedon la retratara.





Cambio de registro. Después de tanta moda y tantas caras bonitas y famosas, un viaje al lejano Oeste. A Avedon le encargaron en 1979 un reportaje sobre la gente "normal" de Estados Unidos. Durante cuatro años, el fotógrafo retrató cajeras, mineros, camareras, parados, niños y prisioneros -por citar sólo algunos ejemplos-, delante de su sempiterno fondo blanco. Llamó el reportaje In the American West y el resultado es impactante. Yo ya había visto esta serie hace algunos años en Barcelona, pero me impresionó tanto como aquella vez. Juzgad vosotros mismos:












Y para acabar con este pequeño repaso a la obra de Avedon, un pequeño toque berlinés. En la Nochevieja de 1989, el fotógrafo viajó hasta esta ciudad para retratar las celebraciones de año nuevo que tuvieron lugar alrededor de la Puerta de Brandenburgo y de los restos del recién caído Muro de Berlín.
Un documento histórico, una alegría que pronto se desvanecería:



Y si alguien aún tiene ganas de ver más fotos de Avedon, haciendo click aquí puede ver todo su portfolio bien ordenadito por temas y años.


[Por cierto, que esta entrada está dedicada a Rodi, lector silencioso del blog y con quien tenía planeado ver la exposición desde que se inauguró. Por desgracia, ¡tres meses en Berlín no son suficientes para hacer todo lo que uno quiere!]


jueves, 15 de enero de 2009

En estos tiempos de crisis...

...parece necesario recordar cosas básicas:





[de Chris Stain, visto en a desgana]


domingo, 11 de enero de 2009

Volviendo a casa, volviendo de casa







Ayer por la tarde cogí el primero de los dos aviones que me llevarían de vuelta a una de mis casas.

De casa en casa... tiro porque me toca.

Por la tarde, en el aeropuerto de Valencia, había pasado por los arcos de seguridad tras el reglamentario striptease (chaqueta, sudadera, botas) en dirección a la puerta de embarque con la sensación de que hacía nada que había cogido un avión en dirección contraria pero en realidad hacía muchísimo que estaba en Valencia: era raro.

Iba pensando en el contenido de mi bolso de mano: cedés -muchos-, madalenas, empanadillas de boniato, rosquilletas saladas, unos leotardos -para ponerme en el avión antes de llegar a la congelada Berlín-, chupa-chups, el iPod, una botella de agua vacía -para rellenar en el baño del aeropuerto una vez pasados los controles-, chicles, un libro -en alemán-, mi documentación, mi cartera, mi agenda, dos bolis, llaves.
Trozos de mi vida de aquí y de allí, síntesis de una existencia algo ambulante que, dependiendo de dónde esté, echa de menos los dulces valencianos y la cerveza alemana.

Es raro.

Desde que en el 2005 me fui a vivir varios meses a Grenoble o, mejor dicho, desde que me fui de esa ciudad en mayo de ese año para volver menos de dos meses después, me da la impresión de que voy dejando trocitos de corazón desparramados por el mundo.




Países y ciudades a los que voy volviendo con la sensación de volver a casa.
Qué raro es irte de casa para llegar a tu casa.

Una semana en Valencia.





Valencia. Volver a casa, desayunar madalenas y café con leche, pasear por la playa en enero (aunque esta vez haya hecho mucho frío), comer puntillas, tellinas y pescaditos, comer arroces con alcachofas de papá y gazpacho manchego con setas de mamá, dormir la siesta, cenar con amigos a los que conoces desde hace años y con los cuales resulta fácil hacer bromas, que se te pasen las horas sin darte cuenta, ir a un pub y estar en tu salsa porque conoces a mucha gente, o a pesar de conocer a mucha gente. Estar en casa.





Pero ya en el segundo avión, después de oír al piloto anunciando que en 20 minutos aterrizaríamos en Tegel, no pude evitar empezar a mirar por la ventanilla, nerviosa, contenta. Empezamos a sobrevolar Berlín desde el sur, y enseguida divisé el aeropuerto de Tempelhof con su forma cónica. Me hizo ilusión reconocer la ciudad. Vi la torre de televisión, sobresaliendo como siempre con su luz parpadeante, distinguí Karl-Marx Allee y Frankfurter Allee, creí adivinar que esa mancha grande y oscura que veía era Treptower Park, incluso intenté hallar el lugar donde ahora vivo.


Me reconfortó bajar del avión y que todos los carteles estuviesen en alemán. Y al darme cuenta de ello me extrañé.

Abrí alegre la cerradura de mi casa y salió a mi encuentro mi compañero de piso al grito de "¡Pauline!" (Es que me llama Pauline, y ha echado de menos que desayunemos juntos. Si lo pienso un poco, en realidad yo también.)

Más tarde, ya metida en la cama, reflexionaba sobre todo esto.

En lo raro que era haberme despertado en casa para después de cuatro horas de vuelo llegar a casa.