Aquí viene la última entrega de fotos bálticas.
Nuestra primera parada en Lituania nos llevó al Monte de las Cruces. Lugar de peregrinación desde el siglo XVII en la muy católica Lituania (a diferencia de las otras dos repúblicas bálticas), los años de dominio soviético no sirvieron más que para exacerbar el fervor popular por ese lugar en el que se calcula que hay 50.000 cruces de todos tamaños y formas.
La verdad es que el Monte lo ves en media hora (o acabas con sobredosis de cruces para un buen rato), e impresiona más cuando vas subiendo y bajando los peldaños en medio de ese bosque de cruces, porque de lejos parece muy pequeñito. Pero engaña.
Después de esa parada intermedia llegamos a Vilnius, ¡oh, sorpresa!, aguanevando. El día siguiente lo dedicamos a descubrir esta ciudad, de la que habíamos oído que era pequeñita y estaba llena de iglesias. Lo de pequeñita no lo es tanto (aunque más pequeña que Riga, es más grande que Tallin), y lo de las iglesias sí que lo es. Tallin fue la ciudad medieval, Riga la modernista, y Vilnius es la capital de Barroco. Aunque tiene iglesias ortodoxas (como ya he comentado, mis preferidas de todo el viaje), neoclásicas (como la catedral), el barroco te sorprende en cada dos esquinas.
La verdad es que Vilnius me gustó mucho, quizá porque me esperaba mucho menos. Pero el centro histórico es verdaderamente precioso, con calles empedradas y casas muy bien cuidadas e iglesias que te sorprenden por su riqueza si entras.
Por cierto, que aquí también tienen su museo a la opresión soviética. El nombre oficial del museo es -no os lo perdáis- museo del genocidio, aunque todo el mundo se refiere a él como museo del KGB, porque está en el edificio que ocupaba el servicio secreto soviético. Además de las consabidas salas dedicadas a los patriotas que lucharon contra el cruel ocupante soviético (muy parecidas a las que vimos en Tartu y en Riga), se podía visitar la prisión que tenía el KGB en los sótanos del edificio. Y la verdad que eso sí que te ponía la piel de gallina. No tengo ninguna foto porque se me puso mal cuerpo al visitar las celdas y no me apetecía ponerme a hacer fotos, la verdad. Entre otras perlas había una celda de aproximadamente medio metro cuadrado (donde dejaban a los recién arrestados unas cuantas horitas o una noche entera para que se fuesen ablandando), el patio de ejecuciones, una celda de tortura enteramente acolchada (suelo, paredes, techo, puerta) para que nadie oyese los gritos (pero un cartelito informa de que aún así se oían), y la peor de todas: la celda del agua. El invento consiste en una celda con el suelo hundido medio metro aproximadamente que se llena de agua (congelada la mayor parte del tiempo), y justo a ras del agua, en medio de la celda, hay una plataforma de unos 30x30 centímetros donde el prisionero debía estar de pie. La tortura consistía en tener que estar de pie en esa plataforma durante horas y horas, guardando bien el equilibrio y sin dormirte, porque si lo hacías, o te resbalaba un pie, caías en el agua helada. En fin, bastante impresionante.
Aquí os dejo con algunas fotos.
Uno de los mejores ejemplos
de arquitectura gótica en ladrillo,
la iglesia de Santa María:
Interior barroco de la iglesia de San Juan
(creo que era la de San Juan...
¡es que había muchas!)
El último día de nuestro viaje de dos semanas lo dedicamos a la ciudad de Trakai. O mejor dicho, al pueblo de Trakai. Destino turístico de los lituanos porque está al borde de un lago muy bonito, Trakai tiene un castillo medieval que restauraron tan bien en los años 60 que ahora parece un poco Disneyland. Pero la excursión mereció la pena, porque es un lugar muy bonito y además eramos casi los únicos visitantes.