La siguiente etapa después de Tallin fue la isla de Saaremaa, la más grande de las dos islas del mar báltico estonio. La idea era ver algo de la Estonia rural y pasear por las playas de la isla, que es una de las zonas más turísticas de Estonia en verano. El tiempo no acompañaba, pero pensamos que no hay nada más bonito que pasear en una playa nevada.
El viaje en autobús no fue de los más bonitos que he hecho, la verdad. Aunque la nieve le da encanto a cualquier paisaje:
Aquí tenemos a Isi y a Gaby en el ferry a la isla:
Sin embargo, una vez llegados a Kuresaare, la capital de la isla, tuvimos que renunciar a esa idea romántica de pasear por una playa invernal. Estonia no es Alemania, y no había absolutamente ningún tipo de transporte público que nos acercase a las maravillosas playas de Saaremaa. Así que una vez visto el castillo de Kuresaare, que fue lo único que pudimos visitar (porque estaba a diez minutos a pie de donde estábamos alojados), nos dedicamos a la tertulia, a la lectura, y a ver nevar durante dos días. Lo cual tampoco estuvo mal, la verdad. Añadiré que además para el viaje me había llevado la novela "Nieve", de Orhan Pamuk, y desde luego, no podía haber elegido mejor. (Por cierto, recomiendo ese libro. Me encantó).
Aquí tenéis algunas fotos de Kuresaare y de nuestros paseos por la nieve:
La siguiente etapa de nuestro viaje nos llevó a Tartu, la segunda ciudad más grande de Estonia. Es una ciudad muy agradable y además es "la" ciudad universitaria estonia por excelencia, con lo cual hay un montón de bares y mucha animación (lo que no se puede decir de Tallin ni de Kuresaare, la verdad).
En Tartu visitamos además dos museos muy interesantes. El primero fue un museo sobre la KGB y la resistencia estonia durante los años de ocupación soviética. Era bastante pequeñito pero muy interesante, donde nos enteramos -por ejemplo- que cuando Hitler invadió Estonia en verano de 1941, miles de jóvenes estonios se alistaron voluntariamente en el ejército nazi como consecuencia de su odio hacia Rusia y porque pensaron que así lograrían por fin ser un estado independiente de la Unión Soviética.
El segundo museo fue el de Anatomía de la Facultad de Medicina de Tartu. Suena muy raro, lo sé, y lo cierto es que un museo algo escabroso, pero parece ser que tiene una de las mejores colecciones (en tarros de todos los tamaños) de tumores y otras enfermedades de Europa. (La Facultad de Medicina de Tartu era la mejor de todo el Imperio Ruso a mediados del siglo XIX). La verdad es que fue interesante, pero a los 40 minutos ya tenía el estómago revuelto de ver tantas deformaciones y bultos metidos en tarros.
Por cierto, que una de las mejores cosas de Tartu fue el hostal en el que estuvimos, una especie de piso compartido por dos chicos australianos que alquilan una habitación a la gente de paso. Aquí tenéis una imagen del salón/habitación común. Agradable, ¿verdad?
Y hasta aquí por ahora. Próximamente, Letonia.
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