Son las diez de la mañana, miro por la ventana. Está muy oscuro, cae una lluvia espesa. Poco a poco las gotas van tomando color.
Nieva. Nieva de una nieve densa y que contrasta con el amarillo del edificio decimonónico que veo enfrente.
Con una taza de té en una mano y una magdalena en la otra pego la nariz al cristal. ¿Serán mis raíces mediterráneas lo que siempre me hace contemplar la nieve con una ilusión infantil?
Ha llegado el invierno a Berlín. Empieza la temporada de las calles resbaladizas, del anochecer a las cuatro, del vino caliente, de los mercados de Navidad, de las tardes en los museos y en los bares, del blanco uniforme sobre coches y árboles.
Salgo de trabajar. Son las tres y media de la mañana de un miércoles. Enfrente, en la parada de taxis color crema y marca Mercedes, un taxista toca el violín sentado al volante. Le sonrío: lo cierto es que no acierta ni una sola nota, pero qué más da. Es un taxista tocando el violín sentado al volante en medio de la noche berlinesa: se merece más que una sonrisa.
Una densa bruma cubre Berlín. Cae una lluvia tan fina que no hace falta ponerse la capucha. Algo irreal flota en el ambiente. Miro hacia arriba, esperando encontrar la familiar silueta de la torre de televisión, pero apenas se adivina la base, de tan bajas que están las nubes. Qué bonito, pienso, el cielo tiene tonos morados. ¿Morados? Vuelvo a levantar la vista. Sí, el cielo es morado. Qué raro, pero qué bonito.
Me pongo los guantes, me arremango la pernera derecha del pantalón, me meto la bufanda por dentro del abrigo y echo a pedalear.
Salgo de Hackescher Markt, paso por debajo de las vías del tren, paso frente al Bang Bang Club, atravieso el parquecito de Monbijou y entro en la isla de los museos. La catedral, esta noche, también es morada.
¿Morada? Vuelvo a levantar la vista: qué pena, la causa de que esta noche berlinesa sea una noche malva tiene un origen muy poco romántico: el hotel que está frente a la catedral, y que hasta ese momento me había pasado siempre desapercibido, tiene unas enormes luces de neón violáceo que esta noche, por la bruma, se reflejan de forma especial. No pasa nada. Sigue siendo un cielo precioso.
Pedaleando, tomo la avenida Unter den Linden. Sigue sin haber ni un alma, ni un coche, nada. Sólo bruma, jirones de nubes. Paro la bici: me pongo los auriculares, conecto el iPod. Parece que soy el único ser que circula esta noche, así que puedo ponerme a escuchar música sin peligro de ser atropellada a causa de mi perenne empanamiento.
Vuelvo a pedalear, tranquila, sin prisas, notando la humedad en la cara.
Suelto una mano del manillar. Vaya, suelto la otra mano y no pasa nada. Es la primera vez que voy sin manos en la bici, qué ilusión. Varias decenas de metros más tarde vuelvo a coger el manillar, pero ya está: sé ir en bici sin manos. Qué ilusión, de verdad.
La única canción de Los Planetas que puedo escuchar sin que me dé un ataque de histeria suena en mis oídos: "No voy a decir que cuidaré de ti/ Ni siquiera sé cuidar de mí/ Es posible que sea yo/ Quien necesita que lo salven." Suspiro, canto.
De repente, suena una canción que me había descargado hace tiempo pero que todavía no había escuchado:
No me lo puedo creer. Me pongo a reír yo sola. Yo sola, riéndome a carcajada limpia.
La gallineta ha dit que prou ja no vull pondre cap més ou a fer punyetes aquest jou que fa tants anys que m'esclavitza.
I si em venen ganes de fer-ne em faré venir un restrenyiment, no tindrà coa més ou calent el que de mi se n'aprofita
La gallina ha dit que no, Visca la revolució!
La gallina ya no quiere poner huevos en este sistema que la esclaviza y se une a la revolución. Son las cuatro de la mañana en Berlín, hay una bruma morada y húmeda flotando en el ambiente, voy en bici, sin manos, y la gallina no quiere poner ni un solo huevo más. Y me encanta.
...ya que no consigo escribir ni tres líneas seguidas: canciones al tuntún para el niño y la niña:
Como el invierno ya llegó:
Decid lo que queráis, pero es que esta canción (y el baile adjunto) no me pueden encantar más:
Seeed y su himno a Berlín: "Dickes B, home an der Spree, im Sommer tust du gut und im Winter tut's weh. Mama Berlin - Backsteine und Benzin - wir lieben deinen Duft, wenn wir um die Häuser ziehn.... ich singe auf dem Fahrrad, mal Bass und mal Tenor zuhause dreh ich Sound auf, die Nachbarn ham Humor... Wir shaken, was wir haben bis morgens 7 Uhr, woanders gibt´s 'ne Sperrstunde, bei uns die Müllabfuhr..."
Yo de mayor quiero ser como la cantante de Pizzicato Five: