Ahora toca hablar de alguna de las películas más interesantes que he visto en la Berlinale. La verdad es que al final vi menos de lo que quería, primero porque trabajé más horas de las que pensaba, y segundo porque cuando salía de trabajar lo que más me apetecía era tomar el aire (o una cervecita) y desconectar.
Pero aún así casi todo lo que vi me gustó mucho (no como otros desafortunados espectadores de la Berlinale, y no miro a nadie). Claro que en el par de películas que no me gustaron me dormí, o me salí directamente de la sala.
Empezamos por el lejano Oriente, por Corea del Sur. Por una familia de tres miembros que no se conocen, que viven bajo el mismo techo pero no saben nada del uno del otro. Tres personas que ocultan al mundo exterior sus miedos, sus anhelos, sus frustraciones e incluso aquello que les hace felices.
En Members of the Funeral una pareja y su hija adolescente se encuentran en el funeral de un chico y ninguno sabe por qué los otros dos están ahí. Ése es el punto de partida para una película que empieza algo floja, pero va cogiendo fuerza conforme pasan los minutos, hasta atraparte por completo. Poco a poco las fronteras entre realidad e imaginación se van difuminando, y los personajes de carne y hueso se convierten en personajes de una novela que el chico muerto estaba escribiendo. ¿O era al revés? Members of the Funeral es una historia circular con muchos muertos de por medio, otros tantos flash-backs, algunos toques de surrealismo y unos cuantos personajes raritos pero creíbles. Mi preferida, la chica adolescente cuyo hobby es ayudar a un encargado de unas pompas fúnebres y fotografiar con una Polaroid todo tipo de cadáveres. En suma, una de esas películas de las que no sabes muy bien qué esperar y que te sorprenden muy gratamente.
Siguiendo en la sección de Forum pero más cerca geográficamente, también tuve la oportunidad de ver la película turca Hayat Var. Además de ser el nombre de la chica protagonista, "Hayat" viene del árabe y significa vida.
Y la vida en esta película es mísera y transcurre en las aguas del Bósforo, entre las mil orillas de Estambul. Hayat tiene catorce años e intenta ser feliz. Con un padre que se dedica a navegar con su mísera barca entre los barcos amarrados en el estrecho vendiendo alcohol, mujeres y quién sabe qué más, un abuelo con una enfermedad pulmonar que no puede sobrevivir sin la botella de oxígeno ni la de raki, una madre casi ausente que vuelca todo su amor en una nueva familia y una vecina gorda y enjoyada que se dedica a pellizcarle los mofletes, Hayat encuentra esa felicidad en un pintalabios rojo.
Por manido que parezca el adjetivo, Hayat Var es una película intimista. La cámara observa a la silenciosa adolescente ir y venir en la barcaza de su padre y, por contraste, los ruidos exteriores se amplifican: las olas del estrecho o los bocinazos de los coches suenan con verdadero estruendo. Es también una película para ver en la gran pantalla (todas los son, es cierto, pero algunas más que otras): muchos colores brillantes, días radiantes con enormes buques flotando sobre las aguas del Bósforo, atardeceres anaranjados en los que se recortan las siluetas de las mezquitas istambulitas... Una película de las que sigues recordando imágenes mucho después.
Esta mañana leía en El País una frase que hago propia: el talento no entiende de crisis. ¿Y qué mejor que meterte en una sala oscura y dejarte llevar para olvidar escándalos políticos y siniestras previsiones económicas?
[Próxima entrega de las películas berlinalesas en cuanto vuelva a encontrar una mañana tranquila.]
Esta mañana leía en El País una frase que hago propia: el talento no entiende de crisis. ¿Y qué mejor que meterte en una sala oscura y dejarte llevar para olvidar escándalos políticos y siniestras previsiones económicas?
[Próxima entrega de las películas berlinalesas en cuanto vuelva a encontrar una mañana tranquila.]