Una sabia amiga me dijo una vez que hay que saber cerrar las etapas.
Y yo cierro hoy la mía como camarera en un bar de tapas de Berlín.
Once meses de camarera.
Tres, cuatro, cinco días a la semana.
Cinco, seis, nueve horas de trabajo. A veces -las menos- diez.
Dos pantalones negros, tres camisas blancas, cuatro polos con el logo del bar, incontables y horribles calcetines-media de color carne. Tres pares de zapatos destrozados.
Una docena de bolis. La mitad se perdieron, la otra mitad se rompieron. De uno se me acabó la tinta.
Muchos compañeros de trabajo que ahora llamo amigos.
Muchas risas.
Algún cabreo.
Rotos: una decena platos (de los cuales sólo uno, lleno de comida, delante del cliente), una docena de vasos de café y dos docenas de vasos de vino hechos añicos.
Una cerveza al suelo, una copa de sangría encima del abrigo de una señora que montó en cólera y quiso que le pagara la tintorería.
Clientes amables, clientes que pasan desapercibidos, clientes muy simpáticos y clientes muy estúpidos. Clientes que me ayudan a abrir la botella de vino cuando me pongo nerviosa. Clientes que me agradecen con un abrazo la velada. Clientes agradecidos por la recomendación de algún vino. Clientes que alaban mi alemán, clientes que me hablan en italiano. Algún número de teléfono, un poema.
Una Nochevieja llevando un sombrero de cowboy de purpurina rosa y una mesa que se largó sin pagar.
Un cumpleaños llevando delantal blanco y brindando con cava rosado.
Hemingway Sour, Alhambra, Urquell, San Miguel, Gin Gimlet, Erschloraque.
No creo que haya perdido el tiempo.
Y yo cierro hoy la mía como camarera en un bar de tapas de Berlín.
Once meses de camarera.
Tres, cuatro, cinco días a la semana.
Cinco, seis, nueve horas de trabajo. A veces -las menos- diez.
Dos pantalones negros, tres camisas blancas, cuatro polos con el logo del bar, incontables y horribles calcetines-media de color carne. Tres pares de zapatos destrozados.
Una docena de bolis. La mitad se perdieron, la otra mitad se rompieron. De uno se me acabó la tinta.
Muchos compañeros de trabajo que ahora llamo amigos.
Muchas risas.
Algún cabreo.
Rotos: una decena platos (de los cuales sólo uno, lleno de comida, delante del cliente), una docena de vasos de café y dos docenas de vasos de vino hechos añicos.
Una cerveza al suelo, una copa de sangría encima del abrigo de una señora que montó en cólera y quiso que le pagara la tintorería.
Clientes amables, clientes que pasan desapercibidos, clientes muy simpáticos y clientes muy estúpidos. Clientes que me ayudan a abrir la botella de vino cuando me pongo nerviosa. Clientes que me agradecen con un abrazo la velada. Clientes agradecidos por la recomendación de algún vino. Clientes que alaban mi alemán, clientes que me hablan en italiano. Algún número de teléfono, un poema.
Una Nochevieja llevando un sombrero de cowboy de purpurina rosa y una mesa que se largó sin pagar.
Un cumpleaños llevando delantal blanco y brindando con cava rosado.
Hemingway Sour, Alhambra, Urquell, San Miguel, Gin Gimlet, Erschloraque.
No creo que haya perdido el tiempo.