Durante el viaje no ha ocurrido nada digno de mencionar, sobre todo porque yo, siguiendo mi costumbre, me he quedado dormida antes del despegue. Empiezo a pensar que esa capacidad que tengo de dormirme en cualquier lugar es un superpoder, ya sabéis, de ésos que tienen los superhéroes.
Lo único reseñable que me ha ocurrido hoy es el tortazo que me he pegado a los veinte metros de salir de mi estación de metro. Os lo aseguro, ha sido un gran tortazo, habida cuenta de los veinte kilos y pico de mochila que llevaba encima. Pero no ha sido culpa de mi torpeza, para nada. Ayer nevó en Berlín y hoy, al subir las temperaturas (hace cero grados), la nieve se ha convertido en lluvia, congelando toda la acera de mi calle y convirtiéndola en una estupenda pista de patinaje. De hecho, mi tortazo no ha sido el único, pero seguro que sí ha sido el más divertido. Menos mal que, mientras aún estaba tirada en el suelo, con frío, con el trasero bien dolorido y pensando cómo iba a levantarme, ha aparecido -casualidades de la vida- Mario, mi compañero de piso, que al principio no se podía creer que esa cosa tirada en el suelo fuese su compañera que volvía de las vacaciones de Navidad. La verdad es que nos hemos reído un rato de tan absurda situación.
En fin, que ya estoy aquí de nuevo, con las maletas deshechas y la calefacción encendida (pero con el suelo sin aspirar, eso lo dejo para mañana), y dispuesta a empezar con buen pie mi año, lo que incluye estudiar mucho -hay que decirlo todo. Os dejo con un consejo de Mafalda, para que el 2008 venga lleno de sonrisas (y buena salud).
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