Ya estoy aquí para contaros un poco qué me pareció Rusia. Empezaremos por Moscú, pues allí fue donde aterrizamos tras un viaje de un par de horas desde Berlín.
Moscú es... muy grande. De verdad, muy, muy grande. (De hecho, mi madre y yo hemos acuñado el término de "tamaño moscovita" para describir todo lo que tenga unas proporciones desmesuradas.)
Aparte de ser grande, Moscú es muy soviética. Parecerá una tontería, pero lo digo porque toda Moscú está llena de esos edificios tan típicos de la época estalinista, al contrario que San Petersburgo. Aquí en Alemania llaman a esos edificios "estilo pastel de boda", porque tienen exactamente esa forma, en pisos. En Berlín tenemos como ejemplo la embajada rusa (que es de 1947, claro), pero a mí me recordaba sobre todo a Varsovia o Riga. Aunque debería de ser al revés: Varsovia y Riga recuerdan a Moscú. Pero de esos edificios no tengo ninguna foto, es una pena.
Lo más bonito de Moscú es, sin duda, el conjunto que forman la Plaza Roja y el Kremlin. Ambos son... ¡de tamaño moscovita! Pero además tienen unos edificios preciosos. La catedral de San Basilio, que es la que todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en la Plaza Roja, es en realidad bien pequeñita, y queda aún más pequeñita en ese conjunto enorme. Pero es preciosa y resulta muy curiosa, con tantos colorines y cúpulas raras. En realidad está formada por seis iglesias de diferentes épocas pegadas entre sí. A continuación algunas fotos de la susodicha iglesia y de su interior:
Aparte de la catedral de San Basilio, todo un lado de la Plaza Roja está ocupado por la muralla (roja) del Kremlin, y enfrente está el edificio de GUM, unos grandes almacenes impresionantes diez veces más grandes que Harrod's o que el KaDeWe berlinés (todos de la misma época), y que de noche, por cierto, estaba iluminado precioso. Y el otro lado, justo enfrente de la catedral de San Basilio (pero a más de 300 metros), está el Museo Histórico Nacional.
En esta foto se ve el anochecer detrás del Museo. A la izquierda se ve una de las 20 torres del muro del Kremlin.
También en la Plaza Roja, pero algo escondida entre los grandes almacenes y el museo, se encuentra esta iglesita-merengue preciosa, cuyo nombre he olvidado. Allí se siguen celebrando misas (no como en San Basilio, que en la época soviética se convirtió en museo), y si eres mujer debes cubrirte la cabeza para entrar. Las iglesias ortodoxas rusas me encantan: dentro siempre están pintadas de arriba a abajo, están llenas de iconos, huele muchísimo a incienso, y siempre hay algún tipo de ceremonia o canto.
Bueno, y last but not least: pegado al muro del Kremlin está el archiconocido Mausoleo de Lenin. Yo me quedé un poco despagada, la verdad, porque me lo esperaba muchísimo más grande. Sobre todo después de ver el mausoleo de Ho-Chi-Minh en Hanoi, que tiene la misma forma pero es blanco y cinco veces más alto. La momia de Lenin no la vimos, porque sólo se puede visitar los jueves por la mañana, pero yo creo que tampoco nos perdimos gran cosa.
Aquí tenéis el mausoleo:
Y aquí tenéis una vista lateral de la iglesia-merengue, el museo y una torre del Kremlin:
Por la noche, la Plaza Roja es aún más bonita. Aunque, como dice mi padre, San Basilio parece aún más una falla. Pero detalles valencianos aparte, todo está iluminado y resulta bastante impresionante pasear por la plaza un ratito. Además nosotros tuvimos muchísima suerte, porque estaban rodando una peli en una esquina de la plaza, y justo cuando nosotras estábamos allí hicieron un mini-castillo de fuegos artificiales, con lo cual el marco no podía ser más incomparable (¡toma cliché!):
Ésta es una de las puertas de entrada a la Plaza Roja (cuyo nombre también olvidé):
Una cosa que nos llamó muchísimo la atención a mi madre y a mí fue este supermercado de lujo con el que nos encontramos por casualidad paseando por una de las avenidas principales. Un salón barroco enorme, con una decoración increíblemente rica y dorada, con unas lámparas modernistas impresionantes... Y allí la gente iba con su cestita comprando queso, zumo, pan... y caviar, claro. La verdad es que era increíble. Ah, y estaba abierto 24 horas.
Aquí mi madre con Marx. Grabado en la piedra pone: "Proletarios del mundo, ¡uníos!"
Ah, y ahora toca hablaros del Kremlin. En realidad se puede visitar sólo una parte, porque Putin y compañía siguen viviendo en la otra. Pero lo que vimos me gustó muchísimo. Hay un conjunto de cuatro o cinco iglesias muy bonitas y muy especiales, porque son muy diferentes las unas de las otras:
Y poco más había que ver dentro, la verdad.
Ésta es una vista nocturna desde el parquecito que hay detrás del Kremlin:
Mención aparte merece el metro de Moscú. Os preguntaréis: "¿El metro?" Pues sí, el metro. Construido en los años 30, al Partido le pareció una gran ocasión para demostrar que eran verdaderamente el partido de los trabajadores, y que todo lo hacían por la clase obrera, y decidieron "llevar los palacios al subterráneo". Resultado: varias estaciones del centro de Moscú son verdaderamente como salones de palacios, con techos enormes, vidrieras, mosaicos, pinturas, mármol, lámparas de dos metros, bronces, y el inevitable busto de Lenin. La verdad es que resulta muy curioso.
Aquí tenéis las fotos de tres estaciones (con sus correspondientes decoraciones fotografiadas más al detalle).
La verdad es que lo del metro fue toda una aventura, porque como toooodo está en ruso (es lo que tiene rusia), todo el mundo habla súper bien ruso pero ya está, las indicaciones brillan por su ausencia y las escaleras, andenes y vagones están siempre a reventar de gente (tanto, que la gente va a codazo limpio para salir)... pues resulta algo complicado orientarse al principio. De hecho, nosotras nos encontramos con un grupo de portugueses que llevaba guía y nos pegamos a ellos como quien no quiere la cosa para seguir nuestra visita. Pero fue divertido.
Aprovecho para meter esta foto. Es de un puestecito que estaba a la entrada de la Plaza Roja. Quedaros con la "matrioska" de Winnie-the-Pooh que está en la esquina superior izquierda. En dos palabras, impresionante, ¿no?
Aparte de lo turístico y bonito, que hasta ahora es lo que es enseñado, Moscú es bastante caótica, sucia, y está mal cuidada, la verdad. Nos encontramos muchísimos edificios preciosos (desde palacios barrocos a teatros neoclásicos pasando por edificios modernistas increíbles) sin restaurar, sucios, con el patio convertido en aparcamiento de coches...
En fin, un poco desastre. Y otra cosa que nos llamó muchísimo la atención es la cantidad de publicidad que hay en las avenidas. Es impresionante. Manzanas enteras de las calles principales de Moscú tapadas de arriba a abajo por publicidad. Pero no porque estuviesen restaurando la fachada y aprovechasen la ocasión, no. Sólo publicidad. ¡Viva el capitalismo sin medida!
Por otra parte (y por seguir con lo que no me gustó), en Moscú (y creo que en toda Rusia en general, porque en San Petersburgo fue igual) no hay cafés, o restaurantes, o sitios agradables en los que estar un rato. Bueno, supongo que sí que los habrá, pero en plan de lujo increíble. Porque eso todavía no lo he contado: Moscú es extremadamente cara. Bueno, como iba diciendo: todos las cafeterías y restaurantes (o el 90%, para no pillarme los dedos) son en plan cadenas de restauración súper impersonales, sin gracia y carísimas además. Y lo que hay son cafés en plan Starbucks, pizzerías y japoneses. Sí, la comida típica de Rusia es el sushi, por lo que hemos podido constatar. Por cierto, en Moscú muchísimos restaurantes del centro están abiertos 24 horas, es increíble.
En resumen, Moscú me gustó más de lo esperado. Quizá porque todo el mundo nos dijo que en Moscú aparte de la Plaza Roja no hay nada que ver, cuando en realidad bien merece un paseo (aunque, como ya he dicho, todo esté un poco manga por hombro). De todas formas, me pareció una ciudad demasiado grande, incómoda, y desde luego, hecha a medida de la gente con muchísimo dinero, pero no para la gente normal y corriente.
Y con esto se acaban mis impresiones moscovitas. Próxima entrega: el Hermitage de San Petersburgo. ¡Hasta pronto!