Cuando emprendí el largo viaje hacia Itaca, nada sabía yo de adónde me llevaría. Hoy en día sigo sin saberlo exactamente, pero lo que sí sé es que mi etapa en Berlín ha acabado, y por tanto las impresiones berlinesas dejarán de existir.
Algo que empezó como una forma de tener al tanto de lo que iba viviendo a la gente de mi alrededor se convirtió en algo que ha ido más allá. No sabría calificar ese "algo": ¿quizá una ventana entre mi mundo y el exterior, un termómetro de mis vivencias berlinesas, una forma diferente de compartir mis inquietudes con la gente que me rodea y la que no?
En todo caso, pienso que voy a seguir con esta especie de adicción que es el blog, aunque bajo un nuevo nombre. A ver qué pasa. Nos vemos allí.
Una sabia amiga me dijo una vez que hay que saber cerrar las etapas. Y yo cierro hoy la mía como camarera en un bar de tapas de Berlín.
Once meses de camarera. Tres, cuatro, cinco días a la semana. Cinco, seis, nueve horas de trabajo. A veces -las menos- diez.
Dos pantalones negros, tres camisas blancas, cuatro polos con el logo del bar, incontables y horribles calcetines-media de color carne. Tres pares de zapatos destrozados. Una docena de bolis. La mitad se perdieron, la otra mitad se rompieron. De uno se me acabó la tinta.
Muchos compañeros de trabajo que ahora llamo amigos. Muchas risas. Algún cabreo.
Rotos: una decena platos (de los cuales sólo uno, lleno de comida, delante del cliente), una docena de vasos de café y dos docenas de vasos de vino hechos añicos. Una cerveza al suelo, una copa de sangría encima del abrigo de una señora que montó en cólera y quiso que le pagara la tintorería.
Clientes amables, clientes que pasan desapercibidos, clientes muy simpáticos y clientes muy estúpidos. Clientes que me ayudan a abrir la botella de vino cuando me pongo nerviosa. Clientes que me agradecen con un abrazo la velada. Clientes agradecidos por la recomendación de algún vino. Clientes que alaban mi alemán, clientes que me hablan en italiano. Algún número de teléfono, un poema.
Una Nochevieja llevando un sombrero de cowboy de purpurina rosa y una mesa que se largó sin pagar. Un cumpleaños llevando delantal blanco y brindando con cava rosado.
Hemingway Sour, Alhambra, Urquell, San Miguel, Gin Gimlet, Erschloraque.
Navegando, navegando, me enteré de la existencia de Miss Tic, una artista de París que va dejando frases y mujeres pintadas por toda la ciudad. Tiene una página web con todas sus obras.
Me encantó esta frase y el dibujo que la acompaña y he decidido compartirlo con vosotros:
La poesía es un deporte extremo.
Por cierto, que a este tipo de graffitis hechos con plantilla se les llama estarcidos (que es la traducción correcta de stencil, que es lo que siempre pone en las páginas web sobre arte callejero).
Otras obras de Miss Tic que también me han gustado:
Salgo de casa a las cinco de la tarde, el cielo está azul y brilla el sol.
Saco la bici y me voy pedaleando hacia el centro de la ciudad. Al pasar por Hauptbahnhof, la estación central de Berlín, casi me caigo al ver este anuncio:
La inmobiliaria Chamartín ha puesto un pedazo de cartel en español en la estación. Se me ponen los pelos de punta de pensar que las inmobiliarias españolas, con esa concepción del urbanismo tan poco respetuosa, tan masificadora, tan de sacar dinero como sea, puedan meter mano en esta ciudad. Además son tan burros que ni siquiera saben puntuar bien las frases en sus anuncios.
Sigo mi camino tranquilamente. Paso por Tiergarten, que en esta época del año está precioso, verde y lleno de gente que toma el sol, atravieso Potsdamer Platz y llego a mi destino, el museo Martin-Gropius-Bau, del que ya os he hablado alguna vez, donde había quedado con una amiga a ver una exposición. Mientras la esperaba fuera del edificio, me vuelve a salir mi lado más "vivo-en-berlín-pero-soy-extranjera" y hago una foto más typical imposible: un trozo del muro de Berlín con el antiguo Ministerio del Aire (el Reichsluftfahrtministerium, si os animáis a pronunciarlo en alemán) en segundo plano, uno de los poquísimos edificios construidos durante el nacionalsocialismo que aún siguen en pie.
Ya dentro de la exposición, una retrospectiva genial del fotógrafo alemán Hannes Kilian, me las apaño para conseguir hacer de extranjis una foto de una foto -valga la redundancia- que me llama mucho la atención. Dice el cartelito explicativo que son tres mujeres policía andando por las calles de Jerusalén en 1970. Atentos a los botines, los pantalones cortos y los gorritos.
Después de la exposición me vuelvo a subir a la bici. Hay una luz preciosa y hago estas fotos al lado de la estación del U-Bahn Hallesches Tor.
Llego a mi destino cuando ya empieza a irse la luz: Görlitzer Park.
Me quedo un rato con unos amigos en la hierba del parque, tumbados, sin hacer gran cosa. Al final una amiga y yo decidimos coger la bici de nuevo (esta vez conduciendo ella y yo de paquete detrás) e ir a una rave que han organizado cerca del Schwarzer Kanal. Yo nunca he estado allí y me pica mucho la curiosidad.
Mientras mi amiga pedalea y yo intento no caerme, veo uno de los graffitis más bonitos en cuanto a mensaje y más feos en cuanto a estética desde que he llegado de Berlín: die Grenze verläuft nicht zwischen oben und unten sondern zwischen dir und mir:
(Perdonad la calidad de la foto, estaba lejos y además empezaba a ser muy de noche)
Es decir: la frontera no transcurre entre arriba y abajo, sino entre tú y yo.
Poético, ¿no? El caso es que es una réplica a otro graffiti que se ha hecho muy famoso en Berlín y que dice: die Grenze verläuft nicht zwischen den Völkern sondern zwischen oben und unten, que viene a ser: la frontera no transcurre entre los pueblos, sino entre arriba y abajo. Toda una declaración de principios al más puro estilo primera internacional comunista. Dejando idealismos aparte, prefiero la amargura de la versión romántica.
Llegamos a la rave. Mucha, mucha, mucha gente. Todo muy oscuro, unos tipos han hecho un fuego en una esquina. Foto.
Mi amiga y yo nos metemos entre la gente. Empezamos a bailar. La música se apaga. No han pasado ni dos minutos desde que llegamos a la fiesta. Nos explican que son las diez de la noche: toca apagar la música antes de que se queje alguien y llegue la policía. Pero, ¿cómo podemos tener tan mala suerte?
Pues nada. Nos bebemos entre las dos la cerveza que habíamos comprado por el camino, sentadas al borde del canal, con los pies colgando encima del río. Los chicos que están a nuestro lado nos dan un poco de palique y nos invitan a una fiesta el sábado que viene.
Vuelvo a coger la bici y después de 40 minutos de pedaleo llego a casa, justo cuando está empezando a llover. Me siento en el balcón, enciendo unas velas y me quedo mirando la noche. Al rato me meto en mi habitación, enciendo el ordenador, paso las fotos al disco duro y decido contaros lo que he hecho hoy.
Por cierto, que esto es lo que estoy escuchando mientras escribo estas líneas:
Os dejo unas poquitas fotos que hice la semana pasada mientras paseaba con mi cámara al atardecer por los alrededores de Frankfurter Tor, eje central del antiguo Berlín Este.
No dejan de ser las típicas imágenes de postal que toman como elemento central la torre de televisión, el Alex.
Supongo que el hacer estas fotos delata mi posición de extranjera-viviendo-en-Berlín, por mucho que me pese. Yo quiero pensar que después de dos años viviendo aquí ya soy berlinesa y no tengo nada que ver con las masas de turistas que se hacen fotos delante del Reichstag. No necesito un plano para moverme por el metro ni siento la necesidad de comerme una salchicha porque estoy en Alemania.
Pero luego voy paseando por las calles de Berlín y hago fotos de postal.
Miro por mi ventana y veo multitud de pelusas blancas, semillitas de árbol, flotando en el aire. El día está gris, amenaza lluvia. Me hago un té y vuelvo a mirar por mi ventana. Las pelusas blancas siguen ahí, pero ahora el cielo se ha descubierto y se ve el sol. Me dan ganas de bajar al parquecito de abajo de mi casa a tomar el sol. Me asomo por la ventana y veo que la gente lleva chaqueta. Decido quedarme, pongo música, escribo tranquilamente. Miro por la ventana. Un gran nubarrón gris oscuro ha cubierto el sol, veo las copas de los árboles doblarse por el viento, las pelusas blancas siguen volando, insensibles a los cambios de color del cielo en esta tarde de primavera.
Últimamente esta es la canción que ponemos en casa mientras desayunamos, para despertarnos con energía. Me gusta mucho, no sólo por la música, sino por la letra. (Tampoco creáis que lo pillo todo de oído, he tenido que mirar la letra en Internet para entenderla al 100%).
Describe una Berlín alejada de los tópicos de folleto turístico, de la imagen idílica de los barrios hippie-pijos, del Berlín vanguardista, de moda y alternativo, de la impresión que yo misma puedo dar de esta ciudad.
Son las cinco y media de la mañana, vuelves de estar de fiesta en un club, los ojos te pican, apestas a alcohol, estás muerto, te lo has pasado bien. Pasas por Kotti evitando los cuerpos tirados de borrachos y punkis, ves las ratas a la sombra de los kebab, el bus no llega, te entran ganas de comer baklava y de ver a Fátima, la panadera. Berlín puede ser muy fea, gris y sucia. Tanto, que lo mejor que puedes hacer es volver a casa y dormir, mientras el cielo pasa de ser negro a azul...
Komm aus'm Club, war schön gewesen Stinke nach Suff, bin kaputt, ist 'n schönes Leben Steig' über Schnapsleichen, die auf meinem Weg verwesen Ich seh die Ratten sich satt fressen im Schatten der Dönerläden Stapf' durch die Kotze am Kotti, Junks sind benebelt Atzen rotzen in die Gegend, benehmen sich daneben Szeneschnösel auf verzweifelter Suche nach der Szene Gepiercte Mädels die wollen, dass ich Strassenfeger lese
...
Guten Morgen Berlin du kannst so häßlich sein so dreckig und grau Du kannst so schön schrecklich sein deine Nächte fressen mich auf es wird für mich wohl das Beste sein ich geh nach Hause und schlaf mich aus Und während ich durch die Straßen laufe Wird's langsam... Schwarz zu Blau
Más cosas que pasan cuando trabajas en un bar de tapas en Berlín.
Me acerco a una mesa (la 14, más exactamente) para retirar los platos de una pareja que había pedido una paella. Veo que se han comido sólo la verdura, el marisco y la carne, y que queda un montón de arroz en los platos.
Les pregunto educadamente: "¿No les ha gustado la paella?" Me responden: "Sí, pero es que tenía demasiado arroz."
Me alejo con cara de desconcierto absoluto sin acertar a responder nada.
Creo que ya lo he dicho alguna vez: yo de mayor quiero ser como Polly Jean.
Quiero salir al escenario descalza y con ese vestido negro, con los labios muy rojos y despeinada, quiero tener esa cara de felicidad mientra susurro cantando, canto susurrando y me desgañito sobre el escenario, quiero hacer que al público se le ponga la piel de gallina como cuando escuché esta canción:
[a esa persona que estaba grabando con su móvil la actuación y que logró estar más cerca de lo que yo estaba: gracias.]
Astra Kulturhaus, jueves 7 de mayo del 2009.
El concierto abrió con su primer single, "Black Hearted Love". Por lo que he podido leer, han abierto todos sus conciertos con esa canción. La música sonó bien desde el primer segundo, pero en el CD la voz de PJ suena con mucha más fuerza que sobre el escenario... Una pena. Pero ya con la segunda canción volvió el equilibrio y no nos quedó más remedio que disfrutar.
PJ y John Parish tocaron sólo canciones de los dos álbumes que han firmado juntos, una colección de temas impecables, aunque me gustaron especialmente las canciones más tranquilas (intimistas, que diría un crítico musical).
El "pero" es que fue un concierto bastante corto y en el que se notaba que no cabía ninguna improvisación: todo, desde los "thank you" de PJ Harvey hasta las dos canciones que tocaron en el bis sonaba a ensayado. Además el concierto empezó con increíble puntualidad germánica, con lo que sólo pude ver a Howe Gelb, el telonero, tocar dos canciones. Así que no tuve más remedio que comprarme un CD suyo a la salida del concierto, Upside Down Home, (altamente recomendado, por cierto).
Os dejo con el vídeo oficial de "Black Hearted Love", porque el resto de vídeos que la gente grabó en el concierto de Berlín se oyen bastante mal. Disfrutad como yo lo hice.
Una vez, estábamos una amiga holandesa y yo sentadas en la mesa de una cocina de un albergue en Vilnius, Lituania, cuando un chico nos habló raro. Ante nuestra cara de sorpresa, nos preguntó en inglés si éramos israelíes, que él sí. Luego nos aseguró que teníamos toda la pinta de ser israelíes. Pues no. No sé hasta qué punto una morena y una rubia hablando alemán en Lituania pueden pasar por israelíes, la verdad.
Una mañana, mientras dudaba entre si comprar una caja de mandarinas o varias naranjas en una tienda turca de mi barrio, el vendedor (un chico joven y apuesto, si me permitís el comentario) se dirigió a mí hablándome raro. Pensé que no había entendido su alemán, pero cuando le pregunté: "Wie bitte?", se disculpó y me dijo: "Perdón, pensaba que eras turca." Pues no, la verdad es que no.
El dependiente del ultramarinos libanés (que se llama Habibi, como todas las tiendas libanesas de Berlín) me preguntó hace ya tiempo si era iraní. Pues no. Yo sólo estaba comprando azafrán. El dependiente de otro ultramarinos libanés se quedó de una pieza hace una semana cuando le dije "Shukran" -gracias en árabe- después de comprar humus en lata. Me miró fijamente y me preguntó -en alemán-: "¿Eres de aquí?" Yo le dije que no, que era española. Aún hoy me pregunto a qué se refería con "aquí".
Pero he descubierto que yo también hablo raro.
Aproximadamente cada dos semanas algún cliente del bar me pregunta si soy francesa, por mi acento. Pues no. Aunque ahora que lo pienso, hace un par de años, en Francia, una vez que paseaba de la mano con Jalal, me hablaron raro. Resultó que era árabe, y el chico que se había dirigido a mí aseguró que parecía cien por cien tunecina. Pues no.
En la casa donde vivía antes había una adorable familia de montenegrinos. Papá, mamá y cinco niños, con uno más a punto de llegar. Lo de adorable no es ironía, los enanos eran muy divertidos y siempre te daban palique cuando entrabas al patio a dejar la bicicleta. Mi preferida era una niña de unos cinco años, muy flaquita y desgreñada y que siempre llevaba los zapatos de tacón de mamá mientras jugaba. Un día, mientras hablaba con ella, se me quedó mirando muy fijamente con esos ojazos enormes y negros y me preguntó: "Oye, pero tú, ¿por qué hablas tan raro?" Warum redest du so komisch? Me quedé tan sorprendida, que por un momento no supe qué responderle. Luego ya le expliqué que era española y que sólo llevaba poco tiempo en Alemania, pero no parecía muy convencida. Lo que más me llamó la atención del asunto es que sus padres apenas hablaban alemán y más de una vez habían llamado a mi compañero de piso para que les tradujese las cartas que les llegaban.
Qué raro.
En resumidas cuentas: en Berlín soy española si me ven, francesa si me oyen hablar. En mi muy proletario barrio, soy iraní, árabe o turca. Viajando, puedo ser de cualquier parte. Cuando me preguntan si soy "de aquí", no sé qué responder.
Cuánto depende nuestra percepción del resto del mundo de nuestra propia posición en el universo... Qué raro. ¿No?
Mi Berlín es mujer. Mi Berlín huele a kebab y sabe a sushi. Mi Berlín toma café con mucha espuma de leche. Mi Berlín nieva en febrero, florece en abril y llueve en agosto. Mi Berlín piensa en alemán, habla árabe y ruso y sueña en español.
Mi Berlín siempre ha sido mujer.
En otro tiempo se arremangó la camisa, se puso un pañuelo en el pelo y empujó carritos llenos de escombros para volver a hacerse a sí misma.
Ahora Berlín viste con leggings rosas y un jersey amarillo que encontró en el mercadillo de Boxhagener Platz por dos euros (donde, por cierto, también encontró esas tazas de café tan genialmente pasadas de moda). Tiene un tatuaje en el tobillo y está ahorrando para hacerse uno en el hombro.
Berlín vive de alquiler en Friedrichshain, sale por Kreuzberg y los domingos de resaca toma el sol en Mauerpark. A Mitte sólo va a tomarse una cerveza de vez en cuando y siempre a las linke Kneipes donde se proyectan pelis polacas y la Berliner cuesta uno ochenta.
Berlín se mueve con una bici desvencijada y que chirría incluso en enero, recicla y se toma las cervezas de medio litro en medio litro (Pils, immer Pils). Disfruta escuchando minimal electro y tiene tocadiscos en su habitación. Lee el periódico, sólo va a las manifestaciones en las que cree y aborrece Ku'damm, Potsdamer Platz y sus dos rascacielos. En cuanto sale el sol se pone en biquini en el parque de abajo de su casa y organiza barbacoas que empiezan a las cinco de la tarde.
Berlín es bastante desastre, se acuesta cuando ya ha salido el sol y se levanta resacosa los lunes. Los miércoles va a conciertos de jazz. Nació en otro lugar, cuyo nombre dice que no recuerda, pero ya ha encontrado su casa.
Sus amigos dicen que es muy divertida y auténtica. Las malas lenguas aseguran que es esnob y que le gusta hacerse la interesante. Yo creo, si me permitís la paráfrasis, que tiene la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.
Lo único cierto es que a Berlín le importa un comino lo que piensen de ella.
Siempre me emociona ver fotografías de la guerra civil.
Pero pocas me han impresionado tanto como la que vi hace un par de semanas en la sede del SPD de Berlín:
Puede que, a primera vista, esta foto no tenga la fuerza simbólica de unas milicianas empuñando las armas, de un soldado cayendo muerto en medio de la lucha, de unas trincheras llenas de soldados harapientos y sucios. No es una foto heróica, de lucha o de muerte. Ni siquiera retrata el orgullo o la inocente ilusión del bando republicano durante los primeros meses de la guerra.
Es primavera del año 1937.
Las milicias de la cultura luchan contra el fascismo combatiendo la ignorancia. Pero en las trincheras no hay libretas, lápices, ni pizarras.
Por eso, un miliciano que ejerce de profesor en su tiempo libre ha decidido impartir su clase en el cementerio: allí sobran lápidas negras en las que escribir el abecedario. De pie, frente a la tumba de Don Alejandro Miota e Inurrigarro, enterrado un par de años antes, escribe palabras simples para que sus alumnos practiquen: lona, leña, alma, sapo, piña, baba, lote, sima. Los milicianos han apoyado sus fusiles y colgado sus cintos para que no les molesten durante su tarea. Ahora son alumnos que escriben aplicadamente la lección en sus trozos de papel.
Aunque alguien pueda considerar esta imagen un simple reflejo de la vida cotidiana, incluso como algo anecdótico y sin mayor valor, para mí esta instantánea resume el espíritu y la tragedia republicana.
En medio de la guerra, la educación de los milicianos es tan importante para ganar la guerra contra los fascistas como lo son las armas. Es el primer paso hacia la revolución. La Iglesia ha dejado de ser sinónimo de opresión, se le ha perdido el miedo. Sus cementerios son ahora lugares idóneos para improvisar clases de lectura. Puede que los milicianos hayan elegido esa lápida en particular sólo porque resultaba perfecta para lo que andaban buscando: es grande y de piedra negra. Pero el rimbombante "Don" y el largo apellido aristocrático le da valor de símbolo: el pueblo se educa y se alfabetiza sobre la lápida de la nobleza.
La foto fue tomada por Hans Gutmann, un alemán dedicado en cuerpo y alma a la causa española. Tanto, que se nacionalizaría español, cambiaría su nombre al de Juan Guzmán y se exiliaría a México.