jueves, 10 de julio de 2008

Cosas que ocurren en un bar de tapas de Berlín

No he contado todavía en estas impresiones que la semana pasada empecé a trabajar de camarera en un bar de tapas del centro de Berlín. Dejando los detalles a un lado, quería compartir con vosotros algunas pocas observaciones (todas de gran valor sociológico) que he ido realizando. Resulta increíble la de anécdotas que se juntan en un par de días cuando estás tantas horas detrás de una barra.




Para empezar, y como introducción, os hablaré de los dos tipos de clientes principales del bar-restaurante. Se dividen en dos categorías:

A, los españoles que han venido a pasar tres o cuatro días a Berlín y ya echan de menos unas patatitas bravas y que les hablen en cristiano. Normalmente exclaman al ver la carta: "¡Qué bien, tienen San Miguel!" A mí se me queda siempre cara de panoli. Tendré que empezar a practicar la cara de póquer.
Lo cierto es que los españoles son divertidos y dan pie a una multitud de anécdotas. Como la de ayer. Familia típica: papá, mamá, hijo, hija. Se sientan todos en la barra (es decir, que les tenía enfrente) y la señora me da conversación. Lo típico: que cuántos años tienes, que qué estudias, etc. Tras veinte minutos así, me dice: "¿Y dónde has aprendido español? Porque hay que ver lo bien que hablas". No supe reaccionar a tiempo y me quedé con cara de qué-me-estás-contando.
Ahora bien, la situación típica es la de la pareja jovencita de Madrid que tras gastarse 40 euros en cenar dejan 30 céntimos de propina (ni uno más, ni uno menos).


El tipo de cliente B son los alemanes que veranean en España y, ya que salen a cenar, practican un poco su español (he notado que les cuesta decir "empanadilla") y además alardean de sus conocimientos gastronómicos (sobre cuando son hombres acompañados por una mujer): "¿Pero el alioli es casero? ¿No tenéis bacalao en tomate? ¿Hacen la paella al momento?" Pero no os equivoquéis, me resultan muy simpáticos. Y esos al menos dejan buenas propinas.

Ahora en verano también existe un caso C de cliente: los ingleses/estadounidenses (para el caso, da igual) que beben cantidades ingentes de vino y por supuesto, te hablan directamente en su idioma para que les entiendas. He de decir que hay excepción a la regla: ayer un señor muy amable de Texas quería practicar su español y me gritó a pleno pulmón desde la otra punta del bar: "¡Tráigame una de manchego!"

Pero lo de ser camarera tiene su intríngulis, no os vayáis a pensar. Por ejemplo, he desarrollado una técnica insuperable para escaquearme de las preguntas tipo: "¿Y qué vino me recomiendas?" incluso antes de haber sido formuladas. El truco es abrirles la carta de vinos y decir: "Les dejo que elijan entre nuestra amplia oferta" y salir corriendo. Por ahora ha funcionado.

También hay clientes que te hacen vivir momentos surrealistas como la señora alemana vegetariana que, después de poner cara de asco delante de todas las tapas porque casi todas son de pescado, de decirme que tampoco come champiñones ni queso de cabra, que no le gustan las alcaparras ni los pimientos con queso, decide meterse entre pecho y espalda una ensalada de patatas, aceitunas... y beicon, porque "Total, da igual".

Y el momento impagable del día es salir de trabajar a las cuatro y media de la mañana y que sea totalmente de día. Viva el verano berlinés.

4 comentarios:

Iván Payá dijo...

Pues ahora que sale el tema, me atrevo yo también a preguntarte algo ue me tiene intrigado desde que te conozco...

¿Tú dónde aprendiste a hablar tan bien el español?

Bueno, ya me cuentas. Besitos.

Anónimo dijo...

Miam miam ...

Le client J demande est-ce que dans le menu on peut trouver des tapatitos avec des mimitos en plus.

Nefelibata dijo...

Le client J peut avoir tout ce qu'il veut, il doit juste le demander...
Vous savez, la satisfaction des clients c'est ce qui compte le plus! :-)

Nefelibata dijo...

Querido Iván: aunque sea paradójico, mis profesores franceses eran muy buenos enseñando español... ése es el secreto!
:-)