Desde que Proust y su madalena (o magdalena) se hicieran tan famosos, hablar de cómo un olor te puede traer vívidos recuerdos que permanecían algo adormilados en algún rincón de nuestra memoria resulta un manido tema. Sin embargo, no puedo renunciar a escribir unas líneas sobre el olor del café tostado.
Ayer por la tarde bajaba yo del metro en Hackescher Markt, con un calor abrasador más que inusual para esta ciudad, intentando coger el aire que me había faltado en el vagón del metro, cuando de repente olí a café. Pero no a café recién hecho, ni a café moliéndose. No, a café tostándose. Es un olor muy dulzón, casi desagradable, que te envuelve y te pringa y no te deja.
Me paré, olfateé en el aire, hinché mis pulmones de ese olor. Y de repente, como un clic, me vi perfectamente bajando de la estación de tren de Castellón, cogiendo el bus y tomando el camino a la universidad. Al lado de la estación hay (supongo que sigue habiendo) una fábrica de café y, muy a menudo, ese olor flotaba, pesado, en el ambiente. Cuando empecé mis viajes diarios a la Plana Alta, ese olor era algo que me molestaba, que me empalagaba. Luego me acostumbré y al final era parte de mi pequeña rutina diaria, como lo era comprarme golosinas cada vez que perdía el tren de vuelta a casa por segundos.
La estación de tren de Castellón no es el lugar más romántico del mundo, ni el olor me trajo recuerdos especialmente agradables (pues acabé harta de ir todos los días a esa ciudad tan fea), pero qué sensación tan extraña es tener la impresión de volver a estar allí. En medio de Hackescher Markt, en una de las zonas más turísticas de Berlín, con los rayos de sol cayendo en vertical, volví unos cuantos años atrás.
Me paré, olfateé en el aire, hinché mis pulmones de ese olor. Y de repente, como un clic, me vi perfectamente bajando de la estación de tren de Castellón, cogiendo el bus y tomando el camino a la universidad. Al lado de la estación hay (supongo que sigue habiendo) una fábrica de café y, muy a menudo, ese olor flotaba, pesado, en el ambiente. Cuando empecé mis viajes diarios a la Plana Alta, ese olor era algo que me molestaba, que me empalagaba. Luego me acostumbré y al final era parte de mi pequeña rutina diaria, como lo era comprarme golosinas cada vez que perdía el tren de vuelta a casa por segundos.
La estación de tren de Castellón no es el lugar más romántico del mundo, ni el olor me trajo recuerdos especialmente agradables (pues acabé harta de ir todos los días a esa ciudad tan fea), pero qué sensación tan extraña es tener la impresión de volver a estar allí. En medio de Hackescher Markt, en una de las zonas más turísticas de Berlín, con los rayos de sol cayendo en vertical, volví unos cuantos años atrás.
3 comentarios:
Y ahora es cuando la "Asociación de Amigos de la Plana Alta contra los Insultos en Internet hacia Castellón", te denuncia y exige una rectificación por tu parte. Que hay gente así en internet, esperando a ver quién les ofende para protestar.
Me ha encantado la entrada, muchacha. A mí el olor del café (aunque molido, no tostado) me trae también unos curiosos recuerdos de hace años y años y años.
Besos!!
La réminiscence!!
Pire! (je ne sais pas est-ce que c'est le bon mot) mais des fois quand je vois un truc ou quand je sens quelque chose je pense que c'est du déjà vu, et ceci même si j'ai une quasi-certitude que ça n'était pas dans mon vécu. Peut être c'est un truc que j'ai vu dans un rêve ou une autre vie (qui sais! même si je ne crois pas à réincarnation mais là ou la raison est dépassé, on peut toujours dire des choses plutôt fantaisistes)!!
Hola!!
He alucinado con tu blog: estuve en Berlin el verano pasado y hay tantas cosas que me han venido a la cabeza de nuevo... Visité algunos de estos lugares y, curiosamente, tengo una foto similar con Marx y Engels. :) buah, es una ciudad increíble!
Jeje sólo tengo 16 años pero ya he decidido que estudiaré al menos un año de Erasmus en alemania... Por lo que veo merecerá la pena!
Bueno, gracias por compartir estas bonitas fotos, y saludos desde Donostia -Pais Vasco-!
Itziar
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