Una vez, estábamos una amiga holandesa y yo sentadas en la mesa de una cocina de un albergue en Vilnius, Lituania, cuando un chico nos habló raro. Ante nuestra cara de sorpresa, nos preguntó en inglés si éramos israelíes, que él sí. Luego nos aseguró que teníamos toda la pinta de ser israelíes. Pues no. No sé hasta qué punto una morena y una rubia hablando alemán en Lituania pueden pasar por israelíes, la verdad.
Una mañana, mientras dudaba entre si comprar una caja de mandarinas o varias naranjas en una tienda turca de mi barrio, el vendedor (un chico joven y apuesto, si me permitís el comentario) se dirigió a mí hablándome raro. Pensé que no había entendido su alemán, pero cuando le pregunté: "Wie bitte?", se disculpó y me dijo: "Perdón, pensaba que eras turca." Pues no, la verdad es que no.
El dependiente del ultramarinos libanés (que se llama Habibi, como todas las tiendas libanesas de Berlín) me preguntó hace ya tiempo si era iraní. Pues no. Yo sólo estaba comprando azafrán. El dependiente de otro ultramarinos libanés se quedó de una pieza hace una semana cuando le dije "Shukran" -gracias en árabe- después de comprar humus en lata. Me miró fijamente y me preguntó -en alemán-: "¿Eres de aquí?" Yo le dije que no, que era española. Aún hoy me pregunto a qué se refería con "aquí".
Pero he descubierto que yo también hablo raro.
Pero he descubierto que yo también hablo raro.
Aproximadamente cada dos semanas algún cliente del bar me pregunta si soy francesa, por mi acento. Pues no. Aunque ahora que lo pienso, hace un par de años, en Francia, una vez que paseaba de la mano con Jalal, me hablaron raro. Resultó que era árabe, y el chico que se había dirigido a mí aseguró que parecía cien por cien tunecina. Pues no.
En la casa donde vivía antes había una adorable familia de montenegrinos. Papá, mamá y cinco niños, con uno más a punto de llegar. Lo de adorable no es ironía, los enanos eran muy divertidos y siempre te daban palique cuando entrabas al patio a dejar la bicicleta. Mi preferida era una niña de unos cinco años, muy flaquita y desgreñada y que siempre llevaba los zapatos de tacón de mamá mientras jugaba. Un día, mientras hablaba con ella, se me quedó mirando muy fijamente con esos ojazos enormes y negros y me preguntó: "Oye, pero tú, ¿por qué hablas tan raro?" Warum redest du so komisch? Me quedé tan sorprendida, que por un momento no supe qué responderle. Luego ya le expliqué que era española y que sólo llevaba poco tiempo en Alemania, pero no parecía muy convencida. Lo que más me llamó la atención del asunto es que sus padres apenas hablaban alemán y más de una vez habían llamado a mi compañero de piso para que les tradujese las cartas que les llegaban.
Qué raro.
En resumidas cuentas: en Berlín soy española si me ven, francesa si me oyen hablar. En mi muy proletario barrio, soy iraní, árabe o turca. Viajando, puedo ser de cualquier parte.
Cuando me preguntan si soy "de aquí", no sé qué responder.
Cuánto depende nuestra percepción del resto del mundo de nuestra propia posición en el universo... Qué raro. ¿No?
Cuando me preguntan si soy "de aquí", no sé qué responder.
Cuánto depende nuestra percepción del resto del mundo de nuestra propia posición en el universo... Qué raro. ¿No?