lunes, 15 de diciembre de 2008

viernes, 21 de noviembre de 2008

Primeras nieves

Son las diez de la mañana, miro por la ventana. Está muy oscuro, cae una lluvia espesa. Poco a poco las gotas van tomando color.

Nieva. Nieva de una nieve densa y que contrasta con el amarillo del edificio decimonónico que veo enfrente.



Con una taza de té en una mano y una magdalena en la otra pego la nariz al cristal. ¿Serán mis raíces mediterráneas lo que siempre me hace contemplar la nieve con una ilusión infantil?

Ha llegado el invierno a Berlín. Empieza la temporada de las calles resbaladizas, del anochecer a las cuatro, del vino caliente, de los mercados de Navidad, de las tardes en los museos y en los bares, del blanco uniforme sobre coches y árboles.

viernes, 7 de noviembre de 2008

De la bruma, la noche y la gallina

Ayer.



Salgo de trabajar. Son las tres y media de la mañana de un miércoles. Enfrente, en la parada de taxis color crema y marca Mercedes, un taxista toca el violín sentado al volante. Le sonrío: lo cierto es que no acierta ni una sola nota, pero qué más da. Es un taxista tocando el violín sentado al volante en medio de la noche berlinesa: se merece más que una sonrisa.


Una densa bruma cubre Berlín. Cae una lluvia tan fina que no hace falta ponerse la capucha. Algo irreal flota en el ambiente. Miro hacia arriba, esperando encontrar la familiar silueta de la torre de televisión, pero apenas se adivina la base, de tan bajas que están las nubes. Qué bonito, pienso, el cielo tiene tonos morados. ¿Morados? Vuelvo a levantar la vista. Sí, el cielo es morado. Qué raro, pero qué bonito.


Me pongo los guantes, me arremango la pernera derecha del pantalón, me meto la bufanda por dentro del abrigo y echo a pedalear.


Salgo de Hackescher Markt, paso por debajo de las vías del tren, paso frente al Bang Bang Club, atravieso el parquecito de Monbijou y entro en la isla de los museos. La catedral, esta noche, también es morada.




¿Morada? Vuelvo a levantar la vista: qué pena, la causa de que esta noche berlinesa sea una noche malva tiene un origen muy poco romántico: el hotel que está frente a la catedral, y que hasta ese momento me había pasado siempre desapercibido, tiene unas enormes luces de neón violáceo que esta noche, por la bruma, se reflejan de forma especial. No pasa nada. Sigue siendo un cielo precioso.

Pedaleando, tomo la avenida Unter den Linden. Sigue sin haber ni un alma, ni un coche, nada. Sólo bruma, jirones de nubes. Paro la bici: me pongo los auriculares, conecto el iPod. Parece que soy el único ser que circula esta noche, así que puedo ponerme a escuchar música sin peligro de ser atropellada a causa de mi perenne empanamiento.

Vuelvo a pedalear, tranquila, sin prisas, notando la humedad en la cara.

Suelto una mano del manillar. Vaya, suelto la otra mano y no pasa nada. Es la primera vez que voy sin manos en la bici, qué ilusión. Varias decenas de metros más tarde vuelvo a coger el manillar, pero ya está: sé ir en bici sin manos. Qué ilusión, de verdad.

La única canción de Los Planetas que puedo escuchar sin que me dé un ataque de histeria suena en mis oídos: "No voy a decir que cuidaré de ti/ Ni siquiera sé cuidar de mí/ Es posible que sea yo/ Quien necesita que lo salven." Suspiro, canto.

De repente, suena una canción que me había descargado hace tiempo pero que todavía no había escuchado:




No me lo puedo creer.
Me pongo a reír yo sola. Yo sola, riéndome a carcajada limpia.

La gallineta ha dit que prou
ja no vull pondre cap més ou
a fer punyetes aquest jou
que fa tants anys que m'esclavitza.

I si em venen ganes de fer-ne
em faré venir un restrenyiment,
no tindrà coa més ou calent
el que de mi se n'aprofita

La gallina ha dit que no,
Visca la revolució!

La gallina ya no quiere poner huevos en este sistema que la esclaviza y se une a la revolución. Son las cuatro de la mañana en Berlín, hay una bruma morada y húmeda flotando en el ambiente, voy en bici, sin manos, y la gallina no quiere poner ni un solo huevo más. Y me encanta.


jueves, 6 de noviembre de 2008

Seguimos con los minutos musicales...

...ya que no consigo escribir ni tres líneas seguidas: canciones al tuntún para el niño y la niña:


Como el invierno ya llegó:






Decid lo que queráis, pero es que esta canción (y el baile adjunto) no me pueden encantar más:




Seeed y su himno a Berlín: "Dickes B, home an der Spree, im Sommer tust du gut und im Winter tut's weh. Mama Berlin - Backsteine und Benzin - wir lieben deinen Duft, wenn wir um die Häuser ziehn.... ich singe auf dem Fahrrad, mal Bass und mal Tenor
zuhause dreh ich Sound auf, die Nachbarn ham Humor... Wir shaken, was wir haben bis morgens 7 Uhr, woanders gibt´s 'ne Sperrstunde, bei uns die Müllabfuhr
..."



Yo de mayor quiero ser como la cantante de Pizzicato Five:




Y para acabar, qué grande:

miércoles, 29 de octubre de 2008

lunes, 6 de octubre de 2008

Prohibido dar besos


Desde aquí me he metido varias veces con los españoles ignorantes que vienen al bar donde trabajo, pero todavía no había hablado del miserable de mi jefe (alemán, todo sea dicho).

Pero hoy le dedico una entrada a él solito, porque se lo ha ganado a pulso.

Pasaré por alto lo pesetero que es y su inclinación a humillar a aquel que esté a su mando para centrarme en otro rasgo de su carácter: su propensión a poner nuevas reglas. Normalmente hace que nosotros, sus subordinados, firmemos hojas con la nueva reglamentación para que nadie se escaquee. Un día tenemos que firmar que no cantaremos más mientras trabajamos (con lo que mola cantar Alaska mientras friegas), otro día, que no haremos ruido mientras recogemos la terraza (bajo amenaza de despido inmediato), al siguiente, juramos solemnemente planchar las camisas blancas que llevamos.

Pues bien.

Ayer llego a trabajar, y mientras le sacábamos brillo a las copas de vino, me comenta un amigo (camarero, evidentemente): "¿Te has enterado de la nueva regla del jefe?" "No." "Que no nos podemos dar besos."
[Aquí imaginaos mi cara de desconcierto: "¿Perdón?"]
Mi amigo prosiguió con su explicación: "Que como ha llegado el otoño, pues no quiere que nos demos besos al saludarnos, por si nos pasamos la gripe y nos ponemos enfermos todos."

¿Quéeeeee?
¿Que no nos podemos saludar más con dos besos porque ha llegado el otoño?

Evidentemente, al poco todos decidimos montar una gran orgía en cuanto uno de nosotros cayera enfermo, para ver si así efectivamente nos poníamos todos malos -con cuarenta de fiebre, preferentemente- y que ninguno pudiese ir a trabajar. Menudas risas nos estuvimos echando toda la noche con la prohibición.

Y, evidentemente, al marcharnos, todos nos dimos dos besos bien dados (en la mejilla).




sábado, 27 de septiembre de 2008

jueves, 25 de septiembre de 2008

Reviviendo los sesenta

Tengo varias entradas a mitad de escribir, pero mientras busco el tiempo para acabarlas entre el montón de cosas que llevo ahora entre manos (ya contaré), os pongo "Standing Next To Me", de The Last Shadow Puppets, que descubrí hace poquito y, oye, mencantó.





[Por cierto, hoy hace un maravilloso día soleado de otoño berlinés.]

viernes, 12 de septiembre de 2008

lunes, 1 de septiembre de 2008

Intermedio

Estoy en la terra de la llum i les flors.
Pero vuelvo pronto, ¡no os preocupéis!

viernes, 22 de agosto de 2008

Balkanbeats

Las fiestas de música balcánica son de lo más divertido que tiene Berlín. No paras de bailar, hay un buen ambiente impresionante, la música es genial... y provoca adicción. Como le ha pasado a mi amiga Gaby (ah, meine kleine liebe Gaby...), que adora estas fiestas. Así que le dedico esta entrada a ella, que dentro de nada se me va de Berlín (aunque espero que por poco tiempo), por las veces que hemos bailado, cantado a voz en grito y saltado con la canción cuyo vídeo os pongo a continuación.



Por cierto, que el cantante es berlinés.
Que ustedes lo disfruten. A bailar.


lunes, 18 de agosto de 2008

Risotto



Tres italianos jóvenes. Camisa, repeinados. Veintibastantes. Se conocen desde la facultad y tienen por costumbre irse de viaje juntos algunos días cada verano. Antes eran cuatro los que se iban de vacaciones, pero el otro se echó novia.

Vamos, digo yo.

En todo caso, eran tres italianos jóvenes, llevaban camisa y estaban repeinados.

Se sientan en la barra (mi dominio personal) y tras unas cuantas frases en inglés yo les hablo en castellano y ellos en italiano, resulta mucho más práctico. Piden sangría y paella.

Personalmente, cada vez que alguien pide en el restaurante paella, se me encoje el corazón. Si son españoles, se lo desaconsejo amablemente. Otra camarera, también de Valencia, dice cada vez que saca una paella a la mesa: "Si la meua mare ho vera..." Pero no hay que ser de Valencia para reconocer que lo que hacen en el restaurante tiene de paella únicamente el nombre: la hacen en olla, está bien especiadita (no me preguntéis con qué), lleva caldito, pollo y marisco, y la sirven en una mini-paella con todo el arroz amontonado. Es descorazonador.

Pero volvamos a nuestros italianos. En este caso no me atrevo a decirles la verdad sobre esa comida que aparece en la carta como "Paella tradicional". Así que piden tres raciones y, mientras esperan, comentan en voz baja la pinta de las tapas que están en el mostrador.

Pasa media hora (entretanto les he convencido para que se pidan una tapita de ensalada de marisco para matar el tiempo) y sale la paella de cocina.

Se la pongo encima de la barra y los tres ponen los ojos como platos. No saben qué hacer, qué decir. Evidentemente, no es lo que se esperaban. Uno mira a los otros dos, junta los cinco dedos de su mano derecha, los agita delante de la cara y exclama: "Ma... questo es risotto!"

Y yo me tuve que girar para que no se me notase que me estaba partiendo de risa.

sábado, 16 de agosto de 2008

Como en España, en ningún sitio.


Dos españoles sentados en la barra del restaurante. Parecen hombres de negocios que han venido a Berlín a cerrar algún trato, pero es 15 de agosto. Quizá sean sufridos maridos que descansan mientras sus mujeres están de shopping en las tiendas más in del este de Berlín.

Los dos me dan conversación mientras apilo platos con servilletas. Un plato, una servilleta, un plato, una servilleta, un plato, una servilleta. Un plato, una servilleta. Fascinante.

-Hay que ver, cuánta gente hay en este bar, ¿no?
-Sí, la verdad es que sí. [Sonrío mientras me concentro en las servilletas.]
-Qué bonito han dejado el Este de Berlín, ¿verdad? Hay que ver, todo tan limpio, tan nuevo. No como antes.
-Mmm, sí, es verdad.
[Aquí ambos clientes dejan de caerme simpáticos. Menudo comentario chorra.]
-Pues hemos visto el bar y nos hemos dicho: "Vamos a ver qué tal".
-Claro, qué bien. [Aquí dejo de intervenir en la conversación y los clientes, ante mi dedicación a la tarea de apilar platos con servilletas, deciden seguir hablando entre ellos.]
-No me extraña que el bar esté tan lleno, la verdad. Con lo buena que está la comida española.
-Y lo hartos que tienen que estar los alemanes de salchichas y chucrut. Todo el día salchichas y chucrut.
-Claro, es que no comen nada más, ¿eh?
-Por eso vendrán aquí. Es que esto no lo pueden encontrar en otro sitio, aquí tienen un montón de variedad de comida. Y por eso a los alemanes les gusta tanto todo lo español. Y es verdad, ¿eh? Hay que ver cómo les gusta España.
-Normal. Donde esté la comida española, que se quite lo demás.


Pues eso: que los alemanes sólo comen salchichas y que, como en España, en ningún sitio.


jueves, 14 de agosto de 2008

Una querencia


Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay, querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.




Miguel Hernández

lunes, 11 de agosto de 2008

Berlín en verano

Berlín en verano.

El río Spree, el que cruza Berlín, conoce su momento de gloria. Bares con hamacas, arena traída del desierto, sombrillas a rayas y clientes tomando caipirinhas. Barcos varados, desiertos en invierno y que durante los tres meses de calor tienen la cubierta repleta de gente charlando y disfrutando de la puesta de sol urbana, con torre de televisión y ayuntamiento rojo de fondo.





Piscinas en medio del río. Decenas de berlineses (de nacimiento o de corazón) se remojan, se dejan ver y son vistos.




Excursiones a los lagos que rodean Berlín, tras tomar el S-Bahn a reventar de familias y parejas con el bañador puesto y la neverita portátil llena de cerveza. Bañarse en agua dulce, paisaje boscoso a la vista.




Barbacoas en los parques públicos los domingos, familias turcas de veinte miembros asando un cordero entero, rubias haciendo top-less, adolescentes que plantan una red de voléibol, estudiantes con sándwiches y cajas de doce cervezas.


Paseos en bicicleta. Disfrutar de la ciudad.



Turistas perdidos mirando el mapa y cámara de fotos colgando del cuello, mujeres, hombres y niños haciendo cola para comprar un helado italiano casero en la esquina de mi casa.


Así es el verano en Berlín.

jueves, 7 de agosto de 2008

Percance doméstico



Se me ha descuajeringado* la lavadora, está totalmente kaputt, como dicen aquí, y os aseguro que yo no tenía una pinta tan glamourosa como la chica del dibujo. Le dió un infarto con toda una carga de ropa dentro y totalmente llena de agua. Se inundó el baño, tuve que escurrir los vaqueros a mano, vaciarla con la fregona, se me mojó todo el suelo de madera porque la ropa seguía chorreando... qué drama. Se aceptan donaciones en líquido para la nueva.

Esta entrada es una tontería, pero es que estoy verdaderamente afectada. En fin.


[*la RAE insiste en que es "descuajaringar", pero no le pienso hacer ni caso.]

miércoles, 6 de agosto de 2008

Minuto musical

Imágenes de la película "Bin jip" (Hierro 3) de Kim Ki-duk.
Música de Natacha Atlas, "Gafsa".

En dos palabras, in-superable.




طال الفراق والنت غريب



[¡Muchas gracias a Gaby por mandarme el vídeo y a Iván por la ayuda técnica!]

lunes, 4 de agosto de 2008

People of the world, look at Berlin!



Hace ya bastantes días que fue lo del discurso de Barack Obama en Berlín, y parece que ahora tiene menos gracia publicar esta entrada, pero no había tenido tiempo de acabarla hasta ahora.

Junto con Gaby (compañera infatigable de experiencias sociológicas berlinesas) y unos couchsurfitos españoles muy majos me dirigí a la avenida del 17 de junio, donde tenía lugar el discurso.

Justamente, la discusión de dónde iba a tener lugar el primer discurso de Barack Obama en Europa fue un tema muy polémico durante toda una semana. Obama y su equipo quería que fuese en la Puerta de Brandenburgo, el ministro de Exteriores y el alcalde de Berlín estaban de acuerdo, pero Merkel y el partido conservador se resistían a dejar un sitio tan simbólico para la historia de Berlín a alguien que todavía no era presidente, a riesgo de enfadar a Bush y compañía. Durante varios días hubo un tira y afloja que la prensa berlinesa seguía con atención (acompañándola de múltiples artículos y opiniones de expertos). Al final se eligió la Siegessäule (la columna de la Victoria), en medio de la avenida del 17 de junio y a relativa poca distancia de la Puerta de Brandenburgo, decisión no exenta ella también de polémica, pero que no cuento porque si no, aburro.

Pues allí dirigimos nuestros pasos un par de horas antes que empezara el discurso, junto con miles de personas (muchos turistas también se apuntaron al evento). Como estamos en Alemania, el ayuntamiento había previsto grandes pantallas, potentes altavoces e innumerables casetas de salchichas y cervezas para que todo el mundo pudiese seguir el discurso en la más grande comodidad.



Al ver la gran cantidad de gente que había, renunciamos a intentar estar lo más cerca posible del señor Obama, y nos plantamos delante de una super pantalla para no perder detalle. Sabia decisión, pues conforme se acercaban las siete de la tarde, aquello se iba llenando cada vez más. Por cierto, que no sé si es lo normal, porque es el primer mitin político al que asisto, pero para amenizar la espera, hubo dos mini-conciertos: de Patrice, que me gusta mucho, y de un ami (como les llaman aquí a los estadounidenses) que pasó sin pena ni gloria.

Por fin, con unos 15 minutos de retraso, apareció Obama ante la multitud. Todo el mundo se puso a aplaudir un montón (yo incluida, para qué nos vamos a engañar), y todo el mundo sonrió ante la cara sonriente del senador. [Pequeño comentario aparte sin valor histórico: hay que ver lo atractivo que es ese hombre, la verdad.]

Así, a las siete y veinte de la tarde de un achicharrante 24 de julio, Obama empezó a hablar: "Thank you".

Y de nuevo, para hacer callar a la gente: "Thank you, thank you." Y como la gente no se callaba: "Thank you". Y tres segundos más tarde: "Thank you". Y al decimocuarto "Thank you" la gente empezó a partirse de risa (por lo menos donde yo estaba, a unas veinticinco mil personas de distancia de Obama). Cuando la gente se calló y Obama pudo empezar su discurso, lo primero que hizo fue dar las gracias a Merkel, a Steinmeier (el ministro de Asuntos Extranjeros) y a Wowereit (el alcalde de Berlín) por la acogida. Resultado: nueva carcajada general por cómo pronunció los nombres. Vamos, que no sabíamos si el discurso iba a estar bien, pero desde luego prometía ser divertido.


Testigos de un momento ¿histórico?


De todas formas, no voy a ponerme aquí a hacer un análisis del discurso. Obama habló de la historia de Berlín, del puente aéreo de 1948 (principio de la amistad germano-estadounidense) y del muro que separó la ciudad, e insistió en que la mejor aliada de Estados Unidos era Europa, y que había que acabar con la imagen negativa que tenía su país en el mundo siguiendo una política exterior basada en la diplomacia y no en la guerra.

Hubo aplausos cuando habló de la Guerra Fría, un silencio bastante gélido cuando pidió la colaboración de Europa para pacificar Irak y de nuevo aplausos cuando habló de luchar contra el calentamiento global.

Muy sensato me pareció el que un candidato a la presidencia de Estados Unidos dijese que la única forma de arreglar el mundo (el caótico mundo en el que vivimos, añadiría yo) es a través de programas como el Plan Marshall, que consiguió levantar Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Evidentemente, Estados Unidos lanzó ese programa porque a ellos también les beneficiaba, y mucho, pero no deja de ser una política exterior mucho más inteligente que la que se está llevando estos últimos años a cabo.

Uno de los chicos que vino conmigo al discurso se quedó muy decepcionado, decía que había sido un discurso muy conservador y que no suponía ningún cambio. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo con eso. Que Obama dijese que cristianos, musulmanes y judíos debían luchar juntos para lograr vencer una pequeña minoría que siembra el terror en el mundo entero me parece que denota, cuanto menos, una voluntad de cambio. Además, fue un discurso dirigido claramente a la opinión pública estadounidense, como era natural.

Pues ése es mi pequeño análisis. Espero que os haya gustado. Si os interesa: aquí podéis leer el discurso (en inglés), aquí tenéis fotos y un artículo de Der Spiegel (en alemán, claro), y aquí tenéis uno de El País sobre más de lo mismo.

sábado, 26 de julio de 2008

Derritiéndose en Berlín...


Estoy escribiendo una entrada para contaros qué tal fue el discurso de Obama en Berlín (sí, yo fui una de las 200.000 personas que asistieron), pero como me está costando un poquitín de tiempo (elemento que falta en mi vida), os intento dar un poco de envidia. ¡Besos!

jueves, 24 de julio de 2008

El genio ruso



Aprovechando la visita (hace ya diez días) de cierto caballero subtitulari también conocido como Fingidor, joven de conversación y compañía más que agradable y a quien me alegré montones y montones de ver, fui a ver la exposición sobre Rodtschenko (en transcripción alemana) o Ródchenko (en cristiano, según Wikipedia).


No voy a escribir una entrada "científica" hablando del genio constructivista, ya que no soy ninguna experta y hay muchísimos cosas en Internet para leer y que están muy bien, pero me apetecía poneros algunas cositas que me gustaron de la exposición. Aunque es una pena, porque los fotomontajes pierden al ser reproducidos. Me gustaron mucho más vistos en directo que luego en el catálogo.





Este, por ejemplo, me gustó muchísimo, y así visto tampoco dice gran cosa:







Resulta que Rodtschenko primero se dedicó a jugar con las fotografías de otros para hacer los montajes que le harían famosos, y luego dedició coger la cámara él mismo para tomar fotografías desde perspectivas y ángulos imposibles y hacer primerísimos planos.

Había algunas verdaderamente preciosas.






La exposición valió mucho la pena y salí de allí con ganas de coger la cámara y ponerme a hacer fotos. Supongo además que el hecho de verlo con Ernesto, que sabía mucho más que yo sobre poetas y demás artistas rusos, y con quien fue un placer pasar una lluviosa tarde en Berlín, también ayudó a que fuera un día redondo.





[Por cierto, Ernesto, si lees esto: "Un perro andaluz" es de 1929 y el collage de Rodtschenko que nos recordó a la peli de 1924. Duda solucionada.]

lunes, 21 de julio de 2008

Una bomba en el jardín

El martes pasado por la noche iba yo en el metro (volvía de una cena de despedida, fenómeno que empieza a ser casi cotidiano, para gran disgusto de servidora) cuando, al llegar a la estación de Heidelberger Platz, el metro siguió de largo sin pararse. Me sorprendió mucho, porque no parecía que la estación estuviese cerrada por obras ni nada. Al bajarme en Wedding -mi estación- me fijé en el panel electrónico donde pone cuántos minutos va a tardar en llegar el siguiente metro, etcétera, y para mi gran sorpresa, leí: "Atención: estación de Heidelberger Platz cerrada por encuentro de bomba".

Claro, es lo que suele pasar todos los días: encontrarse una bomba.
Yo no salía de mi asombro.


Al día siguiente leí en el periódico los detalles: la bomba en cuestión era, evidentemente, de la Segunda Guerra Mundial, permanecía sin explotar, pesaba 500 kilos, fue descubierta mientras arreglaban una calle, hizo que evacuaran a 12.000 personas durante 24 horas, que se cerrasen cuatro estaciones de metro (en Alemania todo se hace a lo grande) y tardó 17 horas en ser desactivada.

Aquí os dejo una foto de la criatura:


Lo más curioso de todo es que a nadie le interesó lo más mínimo la noticia. Se ve que en Berlín están más que acostumbrados a que se encuentren bombas de la guerra que jamás explotaron cuando arreglan calles o construyen nuevos edificios. Y sin embargo, a mí me llamó muchísimo la atención. Tanto, que ahora estoy escribiendo esta entrada.

Para aquel que quiera practicar su alemán, pinchando aquí, aquí y aquí leerá los artículos del Tagesspiegel que salieron sobre la bomba en cuestión.


Como apunte final, os cuento que esta es mi primera semana sin universidad (pero no sin trabajos que hacer para la facultad), y que por eso he ido corta de tiempo para escribir impresiones berlinesas. Tengo un montón de entradas en borrador que nunca tengo tiempo de acabar. Espero hacerlo pronto.

jueves, 10 de julio de 2008

Cosas que ocurren en un bar de tapas de Berlín

No he contado todavía en estas impresiones que la semana pasada empecé a trabajar de camarera en un bar de tapas del centro de Berlín. Dejando los detalles a un lado, quería compartir con vosotros algunas pocas observaciones (todas de gran valor sociológico) que he ido realizando. Resulta increíble la de anécdotas que se juntan en un par de días cuando estás tantas horas detrás de una barra.




Para empezar, y como introducción, os hablaré de los dos tipos de clientes principales del bar-restaurante. Se dividen en dos categorías:

A, los españoles que han venido a pasar tres o cuatro días a Berlín y ya echan de menos unas patatitas bravas y que les hablen en cristiano. Normalmente exclaman al ver la carta: "¡Qué bien, tienen San Miguel!" A mí se me queda siempre cara de panoli. Tendré que empezar a practicar la cara de póquer.
Lo cierto es que los españoles son divertidos y dan pie a una multitud de anécdotas. Como la de ayer. Familia típica: papá, mamá, hijo, hija. Se sientan todos en la barra (es decir, que les tenía enfrente) y la señora me da conversación. Lo típico: que cuántos años tienes, que qué estudias, etc. Tras veinte minutos así, me dice: "¿Y dónde has aprendido español? Porque hay que ver lo bien que hablas". No supe reaccionar a tiempo y me quedé con cara de qué-me-estás-contando.
Ahora bien, la situación típica es la de la pareja jovencita de Madrid que tras gastarse 40 euros en cenar dejan 30 céntimos de propina (ni uno más, ni uno menos).


El tipo de cliente B son los alemanes que veranean en España y, ya que salen a cenar, practican un poco su español (he notado que les cuesta decir "empanadilla") y además alardean de sus conocimientos gastronómicos (sobre cuando son hombres acompañados por una mujer): "¿Pero el alioli es casero? ¿No tenéis bacalao en tomate? ¿Hacen la paella al momento?" Pero no os equivoquéis, me resultan muy simpáticos. Y esos al menos dejan buenas propinas.

Ahora en verano también existe un caso C de cliente: los ingleses/estadounidenses (para el caso, da igual) que beben cantidades ingentes de vino y por supuesto, te hablan directamente en su idioma para que les entiendas. He de decir que hay excepción a la regla: ayer un señor muy amable de Texas quería practicar su español y me gritó a pleno pulmón desde la otra punta del bar: "¡Tráigame una de manchego!"

Pero lo de ser camarera tiene su intríngulis, no os vayáis a pensar. Por ejemplo, he desarrollado una técnica insuperable para escaquearme de las preguntas tipo: "¿Y qué vino me recomiendas?" incluso antes de haber sido formuladas. El truco es abrirles la carta de vinos y decir: "Les dejo que elijan entre nuestra amplia oferta" y salir corriendo. Por ahora ha funcionado.

También hay clientes que te hacen vivir momentos surrealistas como la señora alemana vegetariana que, después de poner cara de asco delante de todas las tapas porque casi todas son de pescado, de decirme que tampoco come champiñones ni queso de cabra, que no le gustan las alcaparras ni los pimientos con queso, decide meterse entre pecho y espalda una ensalada de patatas, aceitunas... y beicon, porque "Total, da igual".

Y el momento impagable del día es salir de trabajar a las cuatro y media de la mañana y que sea totalmente de día. Viva el verano berlinés.

martes, 8 de julio de 2008

jueves, 3 de julio de 2008

El olor del café tostado

Desde que Proust y su madalena (o magdalena) se hicieran tan famosos, hablar de cómo un olor te puede traer vívidos recuerdos que permanecían algo adormilados en algún rincón de nuestra memoria resulta un manido tema. Sin embargo, no puedo renunciar a escribir unas líneas sobre el olor del café tostado.





Ayer por la tarde bajaba yo del metro en Hackescher Markt, con un calor abrasador más que inusual para esta ciudad, intentando coger el aire que me había faltado en el vagón del metro, cuando de repente olí a café. Pero no a café recién hecho, ni a café moliéndose. No, a café tostándose. Es un olor muy dulzón, casi desagradable, que te envuelve y te pringa y no te deja.

Me paré, olfateé en el aire, hinché mis pulmones de ese olor. Y de repente, como un clic, me vi perfectamente bajando de la estación de tren de Castellón, cogiendo el bus y tomando el camino a la universidad. Al lado de la estación hay (supongo que sigue habiendo) una fábrica de café y, muy a menudo, ese olor flotaba, pesado, en el ambiente. Cuando empecé mis viajes diarios a la Plana Alta, ese olor era algo que me molestaba, que me empalagaba. Luego me acostumbré y al final era parte de mi pequeña rutina diaria, como lo era comprarme golosinas cada vez que perdía el tren de vuelta a casa por segundos.

La estación de tren de Castellón no es el lugar más romántico del mundo, ni el olor me trajo recuerdos especialmente agradables (pues acabé harta de ir todos los días a esa ciudad tan fea), pero qué sensación tan extraña es tener la impresión de volver a estar allí. En medio de Hackescher Markt, en una de las zonas más turísticas de Berlín, con los rayos de sol cayendo en vertical, volví unos cuantos años atrás.



lunes, 30 de junio de 2008

De banderas y fútbol

No, no pienso hablar de la Eurocopa.


(Por cierto, que en Berlín se reunieron
más de medio millón de personas
alrededor de la puerta de Brandenburgo
para seguir el partido)


Harta del bombardeo constante de noticias relacionadas con el fútbol, harta de no poder seguir las conversaciones de la gente por no haber visto ningún partido, harta de no poder encontrar ni un solo bar (¡ni uno!) que durante los partidos no tuviese la tele encendida, harta de que me feliciten cada vez que gane España, harta de decir que yo quería que ganase Croacia o Turquía (porque sí), harta de los hooligans alemanes que berrean en el metro... No pienso hablar de la Eurocopa (menos mal que ya se ha acabado).


Lo que sí quería contaros es un curioso fenómeno banderil que ha invadido Berlín durante este último mes. Había banderas por todas partes, colgadas de todas las ventanas y enganchadas a las ventanillas del coche. Grandes y pequeñas, pero sobre todo grandes. Al menos dos o tres banderas por edificio, a veces más. En mi calle se juntaban banderas turcas, polacas, griegas, italianas, suecas, portuguesas, españolas (bueno, había una) y también (aunque no eran la mayoría) alemanas.

Observar el crecimiento y desarrollo de las banderas ha sido la investigación sociológica del mes, que diría mi amiga Gaby. Me sorprendió descubrir que había más alemanes en mi barrio de lo que pensaba (el 60% de los que vivimos en Wedding somos extranjeros). Me sorprendió que en la tienda turca donde compro todas las semanas verdura ondeara una bandera alemana gigante. Me sorprendió que hubiese tantos polacos viviendo en mi calle. Me sorprendió y me hizo mucha gracia la cantidad de ventanas que combinaban varias banderas: aquí Portugal y Polonia, allí Alemania e Italia... aunque la combinación más vista, sin duda era Turquía y Alemania.


Y lo mejor, lo más digno de recuerdo, ha sido la proliferación de esta bandera:


Pues sí, señores. La bandera turca dentro de la alemana. Y no lo vi una vez, ni dos, ni tres. Turcos que se sienten alemanes, alemanes que no olvidan sus raíces turcas... A mí, personalmente, me encanta que la gente haga su propia bandera para pasearla por la ciudad. Sin duda, esta bandera es lo que más me ha gustado de la Eurocopa.

sábado, 28 de junio de 2008

Impresiones rusas (nº3 y última): momentos sanpetersburgueses

Tras esta larga pausa, vuelvo a la carga para acabar de contaros el viaje a Rusia. Estas últimas dos semanas no he tenido tiempo para sentarme tranquilamente a escribir. Entre que tuve visita, que estuve en Grenoble un fin de semana y que estamos en la recta final del semestre, el día debería de tener 40 horas para que me diese tiempo a hacer todo lo que quiero.


Espectáculo folklórico que nos encontramos por casualidad
en San Petersburgo.
He de decir que no hay nada más soso que un baile tradicional ruso.



Tras pasar medio día en el Hermitage, mi madre y yo aprovechamos el tiempo magnífico que hacía para andar por todo el centro de San Petersburgo. He de decir que el adjetivo "moscovita" en cuanto a tamaño se refiere, también se puede aplicar a San Petersburgo. La ciudad fue fundada en 1703 por el zar Pedro el Grande, que decidió construir una nueva capital que estuviera al borde del mar y que pudiese rivalizar en belleza con cualquier capital europea. Es lo que tiene ser zar, que te puedes levantar un día y decir: "Pues voy a construirme una ciudad". Así que San Petersburgo es puro neoclásico y barroco, que es lo que se llevaba durante el siglo XVIII y XIX, y pretende además ser "la Amsterdam del Norte": Pedro el Grande decidió construir toda una serie de canales que pasasen por el centro de la ciudad.

El resultado es algo raro, porque es cierto que todos los edificios y palacios del centro son magníficos (claro, cuando el zar se trasladó, toda la corte tuvo que construirse una nueva residencia en San Petersburgo), que hay muchos canales... pero da un poco la impresión de decorado. En realidad, eso es lo que me pasó con el viaje a Rusia en general: el patrimonio es impresionante, pero te deja un poco frío. No es como te pasa con Berlín u otras ciudades, que te dan ganas de pasear sin fin por sus calles, de vivir el ambiente...

Bueno, os pongo algunas fotos.

Esta es la Catedral de Nuestra Señora de Kazán. Fue muy bonito, porque fuimos a verla en domingo y había misa. Y las misas de allí son tan diferentes a las que nosotros conocemos, que resulta muy curioso y a la vez muy bonito. Las misas son cantadas, huele muchísimo a incienso, los sacerdotes son barbudos y van vestidos de dorado...





Mi mamá con la fortaleza de Pedro y Pablo al fondo. La fortaleza era el núcleo original de San Petersburgo, pero luego los zares decidieron empezar a construir sus palacios en la otra orilla.




Yo con el Hermitage al fondo. El edificio verde de la derecha es el Palacio de Invierno, y el que se ve (un poco) a la izquierda es el palacio que la zarina Catalina la Grande mandó construir para guardar su colección de arte.




Esta es la plaza del Palacio de Invierno. La foto está tomada desde una de las salas de lo que hoy es el museo del Hermitage. En el centro, la columna de Alejandro.



La catedral de San Isaac.







Y aquí vienen varias fotos de lo que más me gustó de San Petersburgo: la Iglesia del Salvador de la Sangre Derramada, también conocida como Iglesia de la Resurrección de Cristo. Tiene ese nombre tan curioso y rimbombante porque fue construida como homenaje al Zar Alejandro II, que fue mortalmente herido en el lugar en el que hoy se levanta la iglesia. Fue acabada de construir en 1903, y tanto el exterior como el interior es increíble:





Aunque en las fotos parezcan pinturas, en realidad todo el interior es mosaico increíblemente bien hecho y que cubre hasta el último centímetro cuadrado de la iglesia. A nosotras nos dejó con la boca abierta, literalmente.





Así es el centro de San Petersburgo: canales anchísimos y fachadas neoclásicas pintadas en colores pastel.



Algunas fotos de San Petersburgo al anochecer. Por cierto, que empezaba a oscurecer a las once (de la noche, evidentemente). Era increíble.



Y por último, como gran patriota española que soy, dos muestras de hasta qué punto la cultura española va más allá de nuestras fronteras:

Libro sobre Pedro Almodóvar en la vitrina de una librería.



Cartel de un concierto de Julio Iglesias (!) en pleno centro.



La tarde del último día nos fuimos a Peterhof, que es, para entendernos, como Versailles para París o Potsdam para Berlín: la residencia "de descanso" de los zares y zarinas.

Fue divertido porque llegamos en medio de lo que debía de ser las fiestas del pueblo, porque nos encontramos con un desfile de muñecos hinchables enormes y de gente disfrazada.

Aquí tenéis una ballena con el palacio de Peterhof al fondo:



Y la foto típica (es de esos sitios en los que tienes que hacer cola para hacerte la foto): la gran fuente en cascada (en realidad la fuente está tan lejos que ni se ve, la verdad) y el palacio al fondo.



Lo más bonito de Peterhof, aparte de los jardines, es que da al mar, y leímos que en los días claros se ve Finlandia. Nosotras no tuvimos esa suerte, pero aún así era muy bonito:


Vista de los jardines con palacete:



Y para acabar, otra iglesia-merengue. No estaba en Peterhof, pero sí en el pueblo que está al lado, y era también preciosa.

Bueno, pues ese fue nuestro viaje a Rusia.
Espero que os haya gustado.